jueves, 3 de enero de 2013

A partir del 8 de enero Pilar Giambanco en el Rincón del gato de la E.O.I., 1, de Zaragoza

 
Anticipo de la exposición:
La niña y la pompa de jabón
 

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NIA-AMARILLO


NIA-MARINO


«¡Acariciad los detalles! ¡Los divinos detalles!» (V. Nabokov a sus estudiantes de literatura).
En Blow-Up: Deseo de una mañana de verano (1966), la vieja película de Antonioni basada en un cuento de Cortazar, la ampliación de una instantánea llevaba a descubrir indicios de un crimen, pero la obsesión por ampliar fotográficamente el detalle acababa por desdibujar la realidad de partida. En la serie de variaciones a partir de una inquietante foto de una tarde de verano, P. Giambanco parece haber encontrado la medida justa de lo que se escondía cuando la hizo. Lo interesante de la escena que retrató mientras paseaba cámara en ristre no estaba en el tema central, sino en los márgenes, como casi siempre, donde menos parecía que pudiera producirse el milagro. Así es a menudo como surge la emoción, de forma inesperada, algo parecido a la revelación que buscaba Rossellini en sus películas medio improvisadas. Pilar lo detectó, vio en la niña a una portadora de su verdad, y se puso a trabajar sobre el particolare, que es como se dice en italiano detalle en términos artísticos. El resultado, la serie de variaciones, evoca también algo particular, intransferible, un instante íntimo, pero, al tiempo, como el patio de mi casa que se moja como los demás, accesible a quien haya vivido momentos semejantes.
No queda ahí, sin embargo, la cosa. No vemos los ojos de la niña en el instante de comunión con el mundo. Se diría que, en realidad, no mira la pompa de jabón, ni el escaparate de la joyería, ni nada, si no que parece absorta en algo difícil de concretar, a mitad de camino entre su interior y el escenario, suspendida en un detalle de la vida que pasa. La vida que pasa inaferrable y de la que estas nueve variaciones consiguen extraer el tiempo. En la serie de Pilar, al contrario, por ejemplo, de lo que ocurre en las imágenes pintadas por Monet de la catedral de Rouen, lo que en el fondo cuenta no es la luz cambiante, sino aquello que permanece, la misma fascinación, aunque vestida con ropas distintas.

Javier Brox







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