El personaje central de Solar (Ian McEwan, Anagrama, 2011. Trad. Jaime Zulaika) -¡un físico, premio nobel de segunda fila!- truena contra las lecturas morales de la ciencia. Cuando a un escritor con el que comparte una estancia en el Ártico le da por decir que el principio de incertidumbre de Heisenberg condensa “para nuestra época la pérdida de una brújula moral, la dificultad de los juicios absolutos” (p. 101), el científico se pilla un mosqueo de cuidado y le da una clasecilla teórica que acaba con las siguientes palabras: “Así que adelante. Dígame. Oigamos cómo aplica Heisenberg a la ética. Lo correcto más lo erróneo dividido por la raíz cuadrada de dos. ¿Qué demonios quiere decir eso? ¡Nada!” (p.102). Lo cierto es que la ciencia da para mucho. El gráfico mismo del principio de incertidumbre posee un innegable atractivo estético y bien podría ser fruto de las vanguardias rusas postrevolucionarias.
Aún a riesgo de escribir disparates, o, mejor dicho, intentando dar a los disparates un aspecto sintáctico aseado, me atrevo a decir que el recientemente descubierto Bosón de Higg es algo parecido a un espesante culinario, una de esas sustancias, como la pectina, que dan la consistencia óptima al alimento, que evitan que se disgregue o se adense demasiado, que lo mantienen unido, pero hasta el limite justo a partir del cual dejaría de ser él mismo. El buen amor entre los seres vivos es algo parecido a eso, mantiene la estructura del universo, a pesar de su querencia al desequilibrio. El exceso funde, la falta hiela. Solo la dosis acertada mantiene las distancias adecuadas en medio de la constante composición y descomposición. En medio de esas tensiones, se producen las catástrofes naturales, especie de brutales acelerones que neutralizan por un instante la obra del bosón amoroso. El tsunami de 2011 en Japón fue una de ellas. La crecida del mar arrasó con cuanto se encontró por delante y fracturó irremediablemente la estructura variable en la que se encontraba cada uno de los objetos o personas en relación a los otros, llevando más allá del límite de resistencia sus capacidad de tensionarse. Quizá por eso, los restos de lo que había antes de la llegada de la desgracia tienen tanto valor evocativo, porque lo actual y lo que evocan los pecios reencontrados está separado por la llegada inesperada de Leviatán. Así de frágil es la existencia, así de resistente la memoria, que a través de las prendas bien o mal halladas reconstruye su pasado.
Leo que entre las primeras cosas recuperadas tras el tsunami se encontraban miles de fotos que fueron confluyendo en el gimnasio de un colegio de una ciudad de provincia de la región de Tohoku. Después, jóvenes investigadores de la Japan Society for Socio-Information Studies decidieron restaurar, digitalizar y devolver las fotos perdidas a sus dueños. En tres meses, gracias a quinientos voluntarios del Salvage Memory Project, más de siete mil álbumes y trece mil fotos fueron entregadas a sus propietarios. Las imágenes han servido también para organizar una exposición itinerante llamada Lost & Found 3/11. La galería romana que acogió la muestra en su escala italiana publicó un volumen con una selección de ellas. He aquí una muestra tomada de la propia página de la galería y del semanario Espresso, fuente también de la información.
No hay comentarios:
Publicar un comentario