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Todavía conservo uno de los primeros libros que leí (Historia y orígenes del lenguaje, Diamond, A.S., Alianza Editorial, 1974). Tardé bastante en acabarlo, porque tenía solo quince años y me resultaba pesado y difícil, pero perseveré en el empeño. Había decidido ser lector como actividad primordial en mi vida (mínimo, 30 páginas diarias) y era consciente de que la vocación requería paciencia y, a menudo, notable capacidad de soportar el aburrimiento. Lo llevaba siempre en el sobaco y hacia la página doscientos ya movía el brazo casi con la misma agilidad que si no lo hubiese llevado puesto. No recuerdo si al llegar a casa me lo quitaba o no, si cuando iba a hacer pis, por ejemplo, seguía Diamond ahí acurrucado, impertérrito ante el espectáculo. Exagero, por ejemplo, estoy seguro de que nunca llegué a jugar al ping-pong con Diamond encima, pero sí recuerdo haber comido buenos platos de espaguetis con el ladrillo haciendo de cuña entre el tórax y el brazo. Era como mi vestidito nuevo, me daba bienestar y anticipaba mi imagen futura. Ah, se me olvidaba decir que soy zurdo y que mi sobaco preferido para los libros era el izquierdo
El resultado fue que, al cabo de un par de semanas, Diamond apestaba a sudor. Hoy, muchos años después, me acerco a él con la reverencia con la que a partir de los cincuenta uno añora los olores perdidos de la adolescencia. Después, ocupó su lugar el segundo volumen de
Leo que Mariah Gentry y Kyle Bartlow, dos estudiantes de la Universidad de Washington, han patentado un sensual sujetador que sirve para bailar o salir de copas con el lector de MP3, a ser posible ipod, o el móvil, a ser posible iphone, a buen recaudo:
En estos delicados días de primavera, cuando arrecian las alergias y la nostalgia, vuelvo a sentir la superioridad del libro sobre cualquier otra fuente de dicha solitaria, y la del sobaco como guardián de los tesoros. ¿O es que a alguien, en su sano juicio, como yo, treinta años después se le ocurriría volver a oler el lomo del teléfono móvil?
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