Hay grandes pintores, como Leonardo o Piero della Francesca, que cuando pintan un cuerpo, en realidad lo que están pintando es una idea hecha carne; otros, también grandes, como a veces L. Freud, lo que pintan es la carne perecedera hecha cuerpo. En medio está el equilibrio de Velázquez, en el que la nobleza de espíritu tiene el peso preciso de los huesos en los que se ha materializado. Una nota de P. Valéry sobre la Gioconda podría leerse en esos términos: “La sonrisa de la Gioconda no piensa en nada. A través de ella dice: “No pienso en nada- es Leonardo el que piensa por mí” (Cuadernos, 1894-1945, Galaxia Gutemberg, p. 342). Y es que Leonardo pinta lo que hay más allá, de ahí que uno tenga siempre la sensación de que sus cuadros son indicios, signos que esconden una verdad posterior.
Pero a menudo, entre la idea y la carne con fecha próxima de caducidad, se producen enigmáticas confluencias cuyo resultado resulta difícilmente equilibrado. En los extremos del cruce de caminos lo ideal y lo material está, por un lado, la cursilería, cuando la idea pesa demasiado y el cuerpo casi no cuenta, es una mera excusa; y, por otro lado, la pornografía, cuando es el cuerpo el que no para de dar la lata y la idea se ha ido de paseo para que su acompañante habitual disfrute a ciegas del momento. A lo cursi le sobra voluntad trágica, por eso, a menudo, resulta pretencioso, y a lo pornográfico le falta, por eso se puede resumir en una onomatopeya (chof, chof). Lo cursi pornográfico, mezcla de los dos polos, aunque no sabría decir bien por qué, creo que está presente en las escenas Historia de la Veracruz, Sueño de Constantino, Arezzo Piero de la Francesca.
eróticas de ejecutivos en frías oficinas con muebles de diseño que mezclan madera y aluminio. Máxima pretensión estética, mínima densidad significativa se encarnan en rascacielos o en chalets automatizados, escenario de las proezas del dios Porno, que han sustituido a los ambientes orientalizantes del pasado prostibulario.
Los retratos de L. Freud, al que, con motivo de su fallecimiento, dedicamos una de las entradas más visitadas de este blog, alternan otras veces con inigualable equilibrio los dos mundos a los que nos hemos referido. Girl with a White Dog, 1950-1. Retrato de la exposición que se está celebrando en Londres, en la National Portrait Gallery
El tono costumbrista de la escena, un cuerpo de diario en un escenario muy levemente teatral, expresado a través de notas levemente expresionistas, contiene, como contrapunto, un pecho desnudo que abre la pintura hacia una dimensión ahistórica, como si se tratara de uno de esos rasgos que esconden las hadas melusinianas para que no se descubra su pertenencia a otros mundos. La modelo está posando para el pintor, pero enseña su pecho como Atenea nos dejaría mirar de cerca su casco o la dama de Elche examinar su peinado, con una mezcla de gravedad y cercanía que solo se explican a través del amplio margen de indiferencia que los dioses muestran hacia los humanos. Indiferencia y al tiempo interés, desde luego, pero sin renunciar a su alteridad. ¿Qué hay y qué no hay entre la modelo y el pintor, qué podría haber entre esta mujer y el espectador? Difícil de saber. Solo ella y su perro parecen dominar el interior que se encuentra más allá del muro seductor pero infranqueable de sus miradas. Sus ojos calman tanto como iluminan, pero quienes estamos de este lado no hallamos manera de que se crucen con los nuestros. Una idea hecha cuerpo carnal, pero lleno de misterio, un ser amable, pero intratable en igualdad de condiciones.
Otro de los retratos expuestos:
Eli and David, 2005-06. In his last years, Freud regularly painted his assistant David Dawson with the whippets Eli and Pluto
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