Talese, Gay, Retratos y encuentros
Traducción: Carlos José Restrepo Alfaguara, 2010.
Colección:Literaturas
Páginas:312.
Precio:19,50 €
ISBN:9788420406022
El segundo libro de Talese recientemente publicado por Alfaguara, Retratos y encuentros, contiene una serie de desiguales semblanzas y reportajes escritos entre los años 1961 y 2003 para diversas publicaciones, dedicados a cuestiones y personajes de todo tipo -famous, infamous, or merely unusual-. A simple vista, en relación a la edición americana (The Gay Talese Reader: Portraits and Encounters, Walker & Company, 2003) la diferencia radica en que la edición actual en español carece del prólogo de Barbara Lounsberry, teórica de la non fiction. En el cocktail destacan, seguramente, los capítulos que contienen material autobiográfico (Los sastres valientes de Maida, Cuando yo tenía, Orígenes de un escritor de no ficción), amén de los famosos reportajes sobre personajes del mundo del deporte o el espectáculo.
En mi opinión, los más logrados son los dedicados a Muhammad Ali, Peter O’Toole y Joe DiMaggio, pero todos ellos resultan interesantes y amenos gracias a la habilidad del autor para retratar desde cerca a sus modelos, consiguiendo crear lo que podríamos llamar personajes de no ficción descritos con pretensión literaria (lenguaje elaborado, atención al bendito detalle significativo, perspectiva multilateral, redundancias), gracia
Muhammad Ali e la moglie Veronica
y profundidad. El acercamiento a sus aspiraciones y frustraciones se produce manteniendo la distancia de la apología, pero consiguiendo, al tiempo transmitir la singularidad de estos individuos, en unas semblanzas que no son fáciles de olvidar.
En este caso, en relación a la contraportada (Foto n. 1), cabe decir que el volumen se presenta en parte como un desfile de iconos entre los que se cita, sin distinción alguna, de rango en cuanto a su presencia en el libro a Frank Sinatra, Ernst Hemingway, Peter O’Toole, Kennedy, Fidel Castro, Joe DiMaggio, Muhammad Ali, o Joe Louis. En realidad, Hemingway aparece solo muy tangencialmente o más bien brilla por su ausencia, dicho sea en el sentido de que el capítulo en el que se hace referencia a él (Buscando a Hemingway), es su huella y no su presencia lo que da sentido al título, en la medida en que su paso por París pudo influir en la estancia en la ciudad de la luz de otros escritores e intelectuales americanos posteriores a su generación:
A comienzos de la década de 1950 otra joven generación de estadounidenses expatriados en París cumplía veinticinco años de edad. No eran, sin embargo, unos “Tristes muchachos” ni estaban “Perdidos”: eran los irreverentes hijos de una nación victoriosa… (p. 157)Como señala el traductor, con el término “Perdidos”, acuñado por Gertrude Stein, se hace referencia “a los jóvenes escritores (entre ellos Hemingway y Fitzgerald) y a los desilusionados norteamericanos que se expatriaron en parís una vez terminada la primera Guerra Mundial” (Nota, p.157)
Aunque en un momento dado (p.170), se narra una anécdota que tiene al escritor suicida como protagonista, carece de sentido presentarlo como uno de los personajes a los que el libro está dedicado. En cuanto a Kennedy, si no me equivoco, lo más cercano a él que aparece por un momento dado en el libro, en el mismo capítulo al que acabamos de hacer referencia, es su mujer, Jacqueline, invitada a una fiesta de George Plimpton, uno de los estadounidenses expatriados, ya de vuelta a Nueva York.
Foto n. 1
Fidel Castro, por otro lado, ocupa una lugar de mayor importancia en el
desfile, pero no deja de ser un personaje secundario del capítulo dedicado a Ali. El leader cubano ofrece, en ocasión de un programa de colaboración con Cuba patrocinado por el boxeador, una recepción a la delegación encabezada por el púgil, que ya enfermo y mucho menos rápido y lenguaraz que en sus buenos tiempos, se muestra gracioso, ausente y profundo a partes iguales.
Dos retratos de F. Castro de Leon Golub, pertecientes a la reciente exposición celebrada en el Palacio de Velázquez, Parque del Retiro (Madrid).
Es difícil resumir, como ocurre en las contraportadas, un libro en unas pocas líneas de forma fidedigna, haciéndolo, además, atractivo. Requiere concisión, comprensión cabal y empatía con el lector medio. Muchos escritores y consejeros editoriales se han ocupado brillantemente de ello y también de los textos que aparecen a veces en las pestañas de los libros. Mi sensación tras haber leído los dos libros de Talese es la de que sus contraportadas no cumplen del todo con el rigor exigible, porque , aunque sea en cuestión de detalle, llaman a engaño al lector desprevenido, justo lo contrario de lo que deberían hacer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario