domingo, 17 de julio de 2011

Savater, 15 M, mastuerzos, ¿qué hacer?, refundar la socialdemocracia, i segreti della casta di Montecitorio

Unos de los leitmotiv de los indignados consistía o consiste en proclamar que nuestros políticos no nos representan. Savater, con sarcasmo, ha venido a decir, según entiendo yo, que el problema es que sí que nos representan y que soslayar este hecho  es fruto del desconocimiento de  nuestro sistema democrático y puede abocar a quienes apoyan esa idea, calificados por él como “mastuerzos”, a desmanes que acaben por alimentar las deficiencias del sistema que se intentaba criticar: "no seas majadero, el problema es que sí te representan y por eso debemos buscar a quien mejor nos represente".

La polémica me trae a la cabeza a esos muchachos que desilusionados por un padre mandón, pegón, maltratador o simplemente intransigente o criticón, dicen que “ese no es mi padre”, como los indignados dicen que los políticos no les representan.

Que el padre sí lo era se podría haber demostrado simplemente con el libro de familia, pero, además, se encarga generalmente de demostrarlo el tiempo, a través de rasgos físicos o actitudes que, queramos o no, van acentuándose. Pero en la negación del padre suele, sin embargo, haber un ideario implícito que pone en tela de juicio los valores que guiaban el comportamiento paterno. Hasta tal punto que el hijo llega a hacer de su vida un drama dedicado a negar los hechos y dichos de su progenitor.

Algo parecido ocurre con nuestros políticos. Que nos representan es algo cuyas consecuencias podemos observar a diario. También asistimos al espectáculo de esa representación a través los medios de comunicación. Y quien piense que es todo un montaje y las imágenes del parlamento están trucadas puede incluso solicitar una invitación a la tribuna de invitados.

Desde luego, otra cosa es decir que un padre no se comporta como debería de comportarse o que los políticos no nos representan como deberían de hacerlo, todo ello de acuerdo a una escala de valores de esos con los que la llamada educación para la ciudadanía tendría mucho que ver. Porque quien siente a su padre biológico como si ni siquiera lo fuera y quien desprecia al pelotón de los políticos como un homogéneo rebaño infectado, por lo menos en el caso de los indignados, suele hacerlo por despecho. Quizá, aquel “no nos falles” dirigido a un Zapatero recién elegido hace casi ocho años fuera un síntoma de lo que acabaría ocurriendo. Pero eso es otra cuestión. Lo que quiero poner de relieve es que una parte de tanta desilusión es la otra cara de la moneda de la ingenua ilusión de los años de bonanza, cuando tantos podían permitirse muchas cosas y decían me lo quedo alegremente. No puede ser que el sistema sea tan bueno cuando nos favorece y tan malo cuando cambian las tornas, porque entonces equivaldría a una partida de póquer.

Y si hay algo insoportable en una timba es que el que pierde se queje y el que gana se muestre demasiado contento.

Quizá Savater se mostraba tan indignado con los indignados, porque sabe que hay formaciones políticas que persiguen objetivos semejantes a algunos de los del 15 M y obtienen escaso porcentaje de votos, que él mismo lleva dando la cara muchos años por planteamientos que defienden la honestidad, la transparencia, la obligación de rendir cuentas y un recién indignado no tiene legitimidad para enmendarle la plana.

Sin embargo, es cierto que en los eslóganes, en buena parte de las propuestas, en muchos de los modos de actuación del 15 M, había verdad, salud, deseos de una sociedad más justa y libre. No creo que eso  pueda negarse y de ahí, seguramente, proviene la espontánea simpatía que el movimiento provocó en mucha gente. Lo que pasa es que una actitud ingenua, utópica, es fácil que pueda caer en la demagogia o en la simplificación excesiva. Un reciente blog y página de facebook de enorme éxito en Italia quizá sea un buen ejemplo de  ello. Un trabajador con contrato temporal despedido recientemente del parlamento está denunciando  los muchos privilegios de los diputados italianos, desde las cuantiosas partidas dedicadas a la salud bucal de sus señorías y familia hasta los descuentos en tarifas de móvil o en la compra de coches, algo que recuerda a lo que ocurrió en Inglaterra cuando se descubrió que los parlamentarios cargaban todo tipo de gastos personales a partidas públicas.

Y es que quien protesta, tarde o temprano debe plantearse a dónde conduce lo que plantea, y debajo de la indignación asoma la cabeza la gran cuestión del qué hacer, si considerar que el sistema no es válido y organizarse para erosionarlo o refundar la socialdemocracia siguiendo, por ejemplo, los planteamientos de uno de los autores que hacen parte de la biblioteca del  indignado ilustrado, Tony Judt, el autor de Algo va mal, recientemente reeditado en la colección de bolsillo de Taurus. En el primero de los dos casos, cuestionando las bases del sistema democrático capitalista, corremos el riesgo de volver a cagarla, como la cagaron estrepitosamente los regímenes socialistas de la Europa del Este. Habrá quien prefiera aquello a esto. Esto, sin duda, va mal para muchos y muy mal para demasiados, pero es que aquello no daba para más. En el segundo de los casos, el riesgo, casi la certidumbre, consiste en saber que seguramente las cosas mejorarán, pero también que, a causa del carácter cíclico de la economía capitalista y por ende de los epifenómenos ligados a ella, todo volverá a repetirse y que los jóvenes del 15 M serán padres de hijos de otro día y de otro mes moviditos del futuro. Entre tanto, bien está que andemos con ojo en las próximas elecciones, no vaya a ser que todavía empeore más la situación, aunque algunos pensarán que debe ser precisamente eso lo que pase antes del día de la lucha final. 

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Nota: las fotografías que aparecen en segundo, tercer y cuarto lugar pertenecen al blog del Dep. de español para extranjeros de la E.O.I. de Zaragoza.

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