Cumple 70 años Robert Zimmerman, alias Bob Dylan, y es que, mal que nos pese, Dylan is Dylan, sí, pero lleva a cuestas a Zimmerman.
Mi Dylan, sin embargo, tiene una edad indefinida, porque su figura, la de las fotos, los documentales, las portadas de los discos, se impone a esa otra categoría, la de los Zimmermen, la de los hombres de setenta años cumplidos que puedo reconocer en algunos parientes jubilados y que me sirve como patrón para calcular lo que supone llegar a esa edad. Mi Dylan es un caleidoscopio de imágenes en las que tan pronto está triste como sonriente, con la mirada franca o huidiza,
"Bob Dylan Fun Book" di Matteo Guarnaccia
ensimismada o perspicaz, vestido para salir al escenario o listo para callejear, con 20, 30, 50 o muchos más años. Ese es el Dylan polifacético que consigo ver, en perpetuo movimiento, como si cada cara del poliedro tuviera un tiempo máximo asignado para estar en primer plano. Soy incapaz de quedarme fijo en una de sus semblantes, y voy a salto de mata, sin conseguir saber cuál es la lógica de la secuencia, por qué en un momento dado le veo con la bufanda atada al cuelo y otras veces me resulta tan distante con ese lacito fino y un sombrero de tamaño descomunal, cómo es que tan pronto lleva un bigotito mefistofélico o luce barbilampiño o unas veces parece intimidado y otras indiferente o incluso retador. Y es que, en el fondo, me ocurre como con sus canciones, con las que tiendo a formar un popurrí cada vez distinto, en el que no soy yo el que elige a los invitados, sino que aparecen a su antojo y en el orden que les da la gana.
Al Newport Folk Festival nel 1965. Foto di Diana Davies. Clica para ver la galería de fotos de Repubblica
Pero he decidido someterlo a disciplina amorosa, escoger algunas de sus canciones sobre el tema, de cuando estaba enamorado o de cuando casi había dejado de estarlo. Y es que para oírlo de vez en cuando, algo que solo hago si me lo encuentro, como hoy, por casualidad, en los periódicos, entre mis discos, entre mis recuerdos, para volver a oír un poco de sus canciones vale algo tan convencional como su cumpleaños. No se si lo suyo es arte con mayúsculas, del que desentraña la vida, quizá solo en poca medida; lo que sé es que cuando le oigo cantar siento una voz palpitante, y alguien hábil, gracioso, profundo, sensible, que se me hace presente en cuerpo -Zimmerman- y en alma -Dylan-. Siento que canta de verdad, a pesar de algunas versiones.
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