viernes, 10 de junio de 2016

Ida y vuelta, la biografía de J. Semprún escrita por Soledad Fox Maura.

Leo, en orden inverso a su publicación, las dos biografías escritas por Soledad Fox Maura. Una de ellas, publicada hace una semanas, está dedicada a Jorge Semprún y la otra, publicada en 2008, a una prima suya, Constancia de la Mora. La del escritor la leo por interés hacia el personaje, comunista renegado y uno de los grandes memorialistas de los campos de concentración nazis. La segunda, porque In Place of Splendor (Doble esplendor), la (auto)biografía de C. de la Mora, en particular su primera parte, la dedicada a su infancia y primer matrimonio, con unas estupendas descripciones de la Málaga anterior a la Guerra Civil, me gustó mucho.
En cuanto a Jorge Semprún, la publicada ahora es la tercera biografía dedicada al personaje en pocos años. Pero una de las otras, la de F. Nieto, más prolija que la de Soledad Fox, se centraba, como indica el título, en su aventura comunista.

El otro día, M. R. Rivero, comparando las dos biografías escritas por S. Fox, se expresaba en estos términos:

"En cuanto a la (relativa) decepción que me ha producido la bio de Semprún de Fox Maura, quizás el problema radique en mis expectativas: en primer lugar me gustó mucho su biografía Constancia de la Mora, publicada por Espuela de Plata en 2008; y, en segundo, pensaba que la nueva biografía iba a aportar más cosas acerca del “misterio” del personaje, una figura clave de la izquierda española en la clandestinidad. Quizás por eso me haya impacientado cierta reiteración de testimonios y opiniones ya conocidas o la prolijidad con la que se tratan opiniones y asuntos anecdóticos o irrelevantes, lo que, a menudo, da la impresión de estar dirigido a un público que poco o nada sabe de España. En todo caso, Fox Maura —cuyo libro obtendrá aún más respaldo mediático cuando sea presentado por Felipe González— aporta documentos y testimonios con los que tendrán que contar los biógrafos que en el futuro vuelvan a enfrentarse con Jorge Semprún, sus numerosas máscaras y, sobre todo, el proceloso mundo en el que se movió".

Con respecto a la biografía de J. Semprún, Rivero resume bien la sensación que te asalta al cabo de pocas páginas de lectura, la de que se trata de una obra dirigida a un amplio sector de público culto, curioso, pero poco dado a entrar en los procelosos mares de las personalidades de perfil intrincado. A medio camino entre la investigación y la divulgación colorista de altos vuelos, al poco de empezar casi se pierden las ganas de seguir leyendo. Pero no tarda en aparecer lo mejor del trabajo de S. Fox, los elementos interpretativos sobre las zonas de sombra de Semprún, un personaje en el que parecen convivir felizmente aspectos contradictorios, como son la acción y la reflexión, la actitud crítica y la fe comunista, la tentación ideológica aventurista y el hondo compromiso, la pasión y el coqueteo, el compromiso con los desheredados y la querencia por el mundo del glamour intelectual, no exento, sin embargo, de rigor. Quizá Fox no remata, pero apunta interesantes líneas de desarrollo en torno a quien, según la tercera biógrafa, F. Augstein, fue capaz de entar en sí mismo, pero "sin encontrarse".

Más allá del poco claro papel jugado por Semprún en el affair de la famosa Célula 722 del Partido Comunista Francés, a resultas del cual fue tachado de soplón, algo que él siempre ha negado, la biografía de Fox Maura cobra particular interés en la documentada reconstrucción de la deportación del escritor a Buchenwald. En efecto, arrestado y torturado por la Gestapo, Semprún fue trasladado a dicho Konzentrationslager (campo de trabajo de una dureza intermedia entre los Arbeitslager, y los de grado III, como Mauthhausen, en los que la probabilidad de sobrevivir era mucho más escasa. En otro rango habría que colocar los Vernichtungslager, los campos de exterminio) en el que permaneció recluso desde su ingreso el 29 de enero de 1944 hasta su liberación en abril de 1945. Los intentos que su padre acometió, a través de distintos canales e importantes contactos, para ayudarle, pudieron quizá influir en el campo de destino, en el trato y la función que desempeñó en él, no muy distinta de la de un vice kapo ligado a la organización comunista que controlaba la asignación de los presos a un grupo de trabajo u otro, lo cual podía permitir seguir vivo.

En distintos momentos, Primo Levi, superviviente de Auschwitz, se refirió a las condiciones necesarias para sobrevivir en un campo de concentración, que serían, por un lado, la buena resistencia física y una edad no demasiado joven ni tampoco demasiado avanzada, sino la óptima, como la suya, 24 años, en orden a mantener la autodisciplina necesaria; por otro lado, un ingrediente de gran ayuda era el conocimiento del alemán, útil, en primer lugar, a la hora de entender las órdenes, los consejos, y también a la hora de expresar las propias necesidades, evitando así la automarginación, Asimismo, poseer una fe, religiosa, política o filosófica que permitiera "ir más allá de uno mismo", aumentaba la capacidad de resistencia. Por último, era decisivo el tipo de trabajo que se debía realizar, en especial que fuera a cubierto. Además, el tipo de trabajo, podía conllevar otros beneficios, como una  alimentación relativamente mejor. Pues bien, Semprún cumplía todas las condiciones, edad (aunque más joven que Levi, era un joven ya curtido por una vida), salud, fe comunista y conocimientos filosóficos, excelente manejo del alemán, trabajo administrativo. Tenía, pues, bastantes papeletas como para que resultara plausible su salvación. Hasta qué punto, además, dieron fruto los contactos de su padre, alguno de los cuales, desde luego, se afanó por darle apoyo, es algo que seguramente no llegaremos a saber nunca, entre otras cosas, porque  Semprún mismo nunca ha dado cuenta de ello en las distintas obras en las que se ha referido a su arresto y posterior deportación a Buchenwald. Fox Maura habla al respecto de sombras, de "una situación de relativo privilegio en Buchenwald" (p. 113), pero seguramente desde la fe comunista, la función desempeñada por Semprún en el campo era interpretada como una responsabilidad más ligada a la lucha. Si es verdad que tras renegar de su fe comunista, emprendió una nueva etapa “guiada únicamente por la terca aspiración hacia la lucidez” (F. Nieto, p. 489), hubiera sido de agradecer por parte del escritor, que tanto recordó su experiencia comunista y su paso por Buchenwald, una reflexión profunda sobre la cuestión, pero es algo difícil de exigir, dadas las circunstancias extremas de su desarrollo.

En la biografía de Fox Maura sobresale también el análisis de Le Grand Voyage (El largo viaje, trad. de J. y R. Conte), que supuso el despegue literario de Semprún al ganar, no sin polémica, el premio Formentor de Novela en 1963. La obra, cuyo primer manuscrito sería mucho más temprano de lo que se ha venido considerando, y que narra la vida en un vagón sellado del tren que traslada los prisioneros hacia Buchenwald, es un buen ejemplo de la tendencia de Semprún a filtrar lo vivido literariamente. En el caso que nos ocupa, el tono es abiertamente novelesco aunque el material sea tan autobiográfico, pero en libros posteriores, esa frontera es más porosa, pues predomina el tono memorialístico, mientras que los acontecimientos están sometidos a cierta fabulación. Y esa fabulación tiende a la espectacularizarlos, como ya señaló Kertész, fruto de la querencia o quizá necesidad de Semprún de dotar a los hechos de un halo cultural filosófico que acaba por amortiguar el testimonio crudo de los hechos, haciéndolos curiosamente más digeribles. Quizá sea eso lo que permite la lectura de los libros memorialísticos de Semprún como si se tratara en parte de libros de aventura, quizá eso eso lo que le separa de quienes, como Levi, sintieron una misma necesidad de narrar lo ocurrido, pero con el mayor contrapeso de las voces ausentes para siempre, con un ideal de sobriedad  fruto del arduo equilibrio entre la vida del superviviente y el silencio de la víctima que no sobrevivió:

"... una duda me asalta sobre la posibilidad de contar. No porque la experiencia vivida sea indecible. Ha sido invivible, algo del todo diferente, como se comprende sin dificultad. Algo que no atañe  a la forma de un relato posible, sino a su sustancia. No a su articulación, sino a su densidad. Sólo alcanzarán esa sustancia, esa densidad transparente aquellos que sepan convertir su testimonio en un objeto artístico, en un espacio de creación. O de recreación. Únicamente el artificio de un relato dominado conseguirá transmitir parcialmente la verdad del testimonio...Siempre puede expresarse todo, en suma. Lo inefable de que tanto se habla no es más que una coartada" (Semprún, J., La escritura o la vida, cit. por Fox Maura, ibid, p, 288-89).

P. Levi, comentando el conocido propósito de Adorno, según el cual "luego de lo que pasó en Auschwitz es cosa barbárica escribir un poema..." (T.W. Adorno, Crítica cultural y sociedad, Ariel, 1969, trad. M. Sacristán), decía que el corregiría lo dicho por el pensador alemán, "... ecco, dopo Auschwitz non si può più fare poesia se non su Ausschwitz o per lo meno tenendo conto  di Auschwitz. Con Auschwitz qualcosa di irreversibile è successo nel mondo (...) Pare che esista un bisogno umano di esprimere in poesia anche le cose atroci, anche la guerra". Semprún sostenía que para tratar el Holocausto lo fundamental era no mentir, "no construir la ficción que comprometan moralmente el testimonio" (Fox Maura, cit. p. 289). En ese sentido, si el filtrado de la realidad vivida, en el caso de Levi, está destinado a aclarar a través de un estilo "denso, prieto, destilado" (Judt, T., Sobre el olvidado Siglo XX, Taurus, 2008, trad. Belén Urrutia), que se concentra en la densidad de los detalles, en la reconstrucción punto por punto del trabajo en Auschwitz, en Semprún el detalle sirve para tomar vuelo, tanto que por momentos pierde de vista el el punto de partida; si en Levi el efecto moral y narrativo que produce su obra radica en su sensibilidad hacia lo concreto de la experiencia, en Semprún, defensor de "la legitimidad de la ficción literaria para desvelar las verdades históricas" (Fox Maura, cit. p. 89), se produce una suerte de amplificación de la experiencia según parámetros culturalizantes que, ligados por momentos al tópico, pueden llegar a desvirtuarla, como ocurriría en su descripción de algunos personajes femeninos.  Se tiene a veces la sensación de que Semprún filtra pro domo sua, de su memoria, a la búsqueda de una discutible zona de confort retrospectivo. En cualquier caso, las páginas de carácter crítico interpretativo resultan  las más interesantes de la obra, quizá porque donde verdaderamente más puede brillar una biografía de Semprún es no tanto en la necesaria reconstrucción de los hechos como en su significado, dado que podría encarnar el emblema de la trayectoria de  buena parte de la intelectualidad comprometida del S.XX, a medio camino entre la política y el arte, paradigma vital del fracaso histórico de su conjunción.

Fox Maura encuentra los orígenes narrativos de Semprún en los informes que desde la clandestinidad madrileña enviaba a la dirección del P.C.E. en París, entre 1953 y 1962. Si la escritura de los informes sirvió entonces como forja de un estilo y como espita de la necesidad de escribir, resultaría interesante rastrear a la inversa qué quedó en aquel escalador de la cima de la lucidez de aquellos años en los que fue uno de los nuestros, y por otro lado, cuál es la línea de continuidad entre un comunista que prefería seguir la línea interna del partido, por equivocada que fuera, a las brumas externas, que seguramente tanto tuvo que tragar en aras de una revolución que se siempre estaba a una distancia inalcanzable, como la zanahoria delante del burro, con la diferencia de que todo parece indicar que de burro Semprún no tenía ni un pelo. Además, si su teoría sobre el filtrado de la experiencia sustentó su poética posterior, estaba ya acaso presente en esos informes tan necesariamente materialistas de la realidad.


La biografía Fox Maura sobre Constancia de Mora, en relación a la dedicada al escritor resulta seguramente más equilibrada, en especial porque goza de dos notables puntos de fuerza. El primero es la tesis, bien argumentada, según la cual C. de la Mora no habría redactado su autobiografía, en especial porque el  inglés en el que está escrito el original de In Place of Splendor (Doble esplendor), que así es como se titula, distaba mucho de serle accesible. La autora real, que habría ejercido de negro, sería la escritora y periodista,  comunista como la biografiada, R. Mckenney y el objetivo del libro atraer al público americano hacia los intereses del exilio español. Lo explica bien Cotarelo en su blog, al que me remito. El segundo punto de fuerza son los diarios inéditos, Adiós Connie, de quien acompañó a C. de la Mora en su último viaje, Mary Warner O'Brien.

Aunque en 1947 hubo alguna desavenencia, no del todo aclarada, con la dirección del P.C.E., del que que abandonó la militancia (Fox Maura, p.295), C. de la Mora fue una obediente militante desde su ingreso en el partido en 1936 hasta el accidente de coche que le costó la vida a los 44 años, en enero de 1950. Atrás quedaba su intensa labor al lado de la República, ensombrecida por su ortodoxia comunista, su no aclarado papel en el caso de las torturas y asesinato de A. Nin en un chalet de su propiedad y su silencio ante el hijo y la mujer de José Robles Pazos, con los que compartía trabajo y sobre cuyo trágico final debía saber más de lo que les dijo. Pero, sobre todo, quedaba esa doble vida en el exilio a medio camino entre la alta sociedad estadounidense, de la que quería recaudar fondos para el exilio republicano, y su fe comunista, doble vida más que doble esplendor, mezcla de causas justas, tergiversaciones estratégicas, silencios impuestos y explosiones de orgullo. En medio de una tensión que anticipaba la guerra fría, no debió ser sencillo vivir así, ocultando su fe, con contactos esporádicos y medias palabras, en el interior de un grupo amenazado y disperso,  pero en posesión de sacrosantas verdades y de preciosos instrumentos de análisis. Qué fue para C. de la Mora su compañera de viaje, Mary Warner O'Brien, una gringa llena de apestoso pero útil dinero o una digna compañera de viaje. Quizá las dos cosas al la vez. Lo cierto es que jugaba con una ventaja que la otra no tenía, pues hasta después de muerta Connie, O'brien no cayó del burro. Había viajado con una comunista.

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