En París, de viaje o en sueños, nos digo que vayamos al Puente Mirabeau, pero siempre está demasiado lejos, hay otras cosas que visitar. Como si prefiriéramos pensarlo, vagamente sentirlo sin haberlo conocido, nunca vamos a verlo. Así ocurre con los símbolos del principio de las historias de amor, trascedentes en la conciencia, en el recuerdo, insignificantes en la realidad. Son la mala música de Proust, no los desprecies.
Lo real perdió la partida con lo ensoñado hace ya treinta años, pero se ha convertido en una forma de la conciencia, de la memoria, un puente por el que solo se va hacia atrás, infinitamente. A decir verdad, lo real fue un espacio impreso en un libro. Todo empezó allí. Y allí irán mis cenizas por un instante, el tiempo de recordar y cerrar el libro, serán un marcapáginas invisible, salvo para ti.
El puente de verdad, tumba efímera de agua, fue para otros poetas. ¿Sabes que acabo de leer que Celan seguramente se lanzó al Sena desde allí?
¿Tú, cuando me haya ido, me llevarás en el el recuerdo a ver el Puente Mirabeau, sentirás esas manos pequeñas mías bajo las que pasa la corriente? Apollinaire corrige el verso, donde había escrito L’amour s’en est allé, se fue, se ha ido, escribe s’en va, se va, se está yendo. Siempre se está yendo. En ese viaje iré sin peso y te llevaré al sur de la Capital, al colegio interno que fue tu nido fiero, te llevaré allí, descasarás en el campo. Tendrá mérito el gesto, pues será después de que yo me haya ido, de que tu te hayas ido, en el futuro recuerdo.
El Puente Mirabeau
Bajo el puente Mirabeau corre el Sena
Y nuestro amor
¿Es necesario que lo recuerde?
La alegría viene siempre tras la pena
Llega la noche suena la hora
Los días se van yo me quedo
Con las manos unidas estamos cara a cara
Mientras bajo el puente
De nuestros brazos pasa
La ola tan cansada de las eternas miradas
Llega la noche suena la hora
Los días se van yo me quedo
El amor se aleja como este agua que huye
El amor se aleja
Lento como la vida
Y violento como la esperanza
Llega la noche suena la hora
Los días se van yo me quedo
Pasan los días y pasan las semanas
Ni el tiempo que se fue
Ni los amores vuelven
Y bajo el puente Mirabeau corre el Sena
Llega la noche suena la hora
Los días se van yo me quedo
Trad. Manuel Álvarez Ortega (Mil años de poesía europea, Francisco Rico, Rosa Lentini, Barcelona, Blacklist, 2009)
(Enlace a un artículo que contiene otras versiones)
Clica aquí para oír la poesía recitada por e mismísimo Appolinaire.
La gran versión de Ferré acentúa la tibia melancolía del poema, cantado como si de una balada popular parisina se tratara. El aire distraído de cantautor, como de actor callejero, a mitad de camino entre el vate y el bobo de barrio, dan la medida personal y universal de los sentimientos evocados, un cruce entre el río presocrático de Heráclito y el tremendamente feo y desamparado personaje de la Revolución, . Fantásticas resulta esas miradas a un cielo de París ausente y que quizá por eso mismo uno no puede dejar de ver, un amanecer en que todo sigue y el amor ido se ha hecho casi una pequeña y agradable molestia, un ritual de la memoria.
Que el poema apolíneo es uno de los orígenes de la poesía de la experiencia lo muestra su disponibilidad a convertirse en canción pop. Marc Lavoine casi pudo con él, casi lo devastó.
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