“In certi momenti mi sembrava che il mondo stesse diventando tutto di pietra: una lenta pietrificazione più o meno avanzata a seconda delle persone e dei luoghi, ma che non risparmiava nessun aspetto della vita. Era come se nessuno potesse sfuggire allo sguardo inesorabile della Medusa.
L’unico eroe capace di tagliare la testa della Medusa è Perseo, che vola coi sandali alati, Perseo che non rivolge il suo sguardo sul volto della Gorgone ma solo sulla sua immagine riflessa nello scudo di bronzo” (Italo Calvino, Lezioni americane ).
Pensemos por un rato que Perseo y Medusa eran un solo personaje escindido entre cuyas partes mediaba la máxima distancia que puede separar el pasado y el presente, lo que decimos de lo que pensamos, los anhelos de las fatigas. La pesadez, de la que Medusa es, según I. Calvino, el emblema, es un extremo de nosotros mismos. El otro, encarnado por Perseo, es el de la ligereza. Son enemigos irreconciliables, pero conviven en el mismo terreno. En ese campo sin tajaduras nos movemos como peces enjabonados o cubiertos de lija, arrastrando las zapatillas por el pasillo, dando saltos de ballet, al simple paso voluntarioso la mayor parte de las veces. Los días malos la distancia entre los dos extremos se alarga y no hay manera de encontrar atajos. La mirada de Medusa nos petrifica y Perseo se siente mortalmente cansado. Yo recuerdo que de pequeño sentía que la cama se endurecía, adquiría una solidez rocosa y no había manera de encontrar una posición cómoda, el calor de las mantas, una postura que me permitiera esquivar la corriente del frío helador. Quizá era el reproche, la culpa.
Hice tal vez las paces conmigo mismo, precarias, amenazadas, conseguí que Medusa mirara solo de reojo a un Perseo que moderó sus ansias de estar volando todo el día. Crecí, que diría un psicólogo, pero estoy convencido de que siempre he esquivado la mirada en un espejo en el que no encuentro sino intenciones acusadoras o zonas vacías. Quizá por eso, es mejor mirarse de soslayo, no querer conocerse del todo, limitar la introspección, moderarla mediante una voz que nos escuche, nos conforte. Así es como Perseo derrotó a Medusa, evitando mirarla de frente. Pero si el malestar se desborda, entonces no queda otra que mirarse de frente, desafiar a Medusa, salir derrotado, entender que solo Perseo pudo.
Me pregunto si estas fotos victorianas, más allá del juego absurdo, no esconden un anhelo de descanso, la comprensible aspiración a olvidar por un instante que Medusa siempre nos está mirando.
Fuente de las siguientes fotos:
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