martes, 3 de febrero de 2015

Pelos -de perro-, por mí mal hallados

¡Oh dulces prendas, por mi mal halladas,…
¿Quién me dijera, cuando en las pasadas        
horas en tanto bien por vos me vía,
que me habíais de ser en algún día
con tan grave dolor representadas? (G. de la Vega)

Qué frecuente es que un dueño se encuentre al cabo de los meses o años pelos de su perro muerto...y se ponga a llorar. Entre la materia orgánica de la que nos desprendemos, los pelos ocupan un lugar destacado gracias a su capacidad de evocación, de lo agradable y de lo desagradable. Junto con las uñas, son seguramente lo que mejor simboliza nuestro estado fronterizo entre lo bestial y el refinamiento. Quizá por eso, las dos cosas son objeto de un sinfín de embellecimientos, lacas, postizos, mechas, limados…Quizá por eso, todavía más que el desayuno o las abluciones, peinarse por la mañana marca la frontera entre el día y la noche  y quien no lo hace sigue bajo el hechizo del sueño. Pasarse el peine a la búsqueda de la raya para quien aun se la puede permitir, o, como en mi caso, recordar los tiempos felices en los que el peine entraba como Moisés en el mar rojo, tiene el significado simbólico de separar las tinieblas de la luz. Quien rehúye el cepillo, rehúye el contacto con el día, con la gente, prefiere mantenerse en un estado indiferenciado más cercano a la bestia que al gentleman. Parafraseando a Benjamin, se puede decir que hablar de los sueños sin haber acometido el primer peinado es traicionarse a uno mismo, pues solo desde la otra orilla, desde la claridad del día, es lícito “apostrofar al sueño con el poder evocador del recuerdo”.

Un pelo de perro evoca el carácter fronterizo de estos animales, echados a perder por el demasiado contacto con el hombre, convertidos en seres únicos, insustituibles, gracias a ese mismo contacto. Lo resumía, muy bien, como casi siempre, Valéry: “El animal, enigma verdadero, opuesto a nosotros por la similitud”. Un pelo de perro encontrado en un revistero, cuando se pasa la mano por el borde interior del sofá, tiempo después de su muerte, nos recuerda  que somos un cuerpo como es un cuerpo cualquier otro animal, pero, a diferencia de ellos, al tiempo tenemos un cuerpo. Entre el cuerpo que es y el que se tiene media la conciencia, la voluntad, todo aquello que nos hace seres excéntricos, desdoblados, observadores de sí mismos, reflexivos. Por eso se llora la muerte de un perro, por eso uno de plantea hasta qué punto tiene sentido hacerlo, se sorprende de que así sea.

(Fuente de las imágenes) Peluquerías ambulantes de perro a orilla del Sena













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