Los tópicos, incluso aquellos que tienen como objeto entidades que a algunos les parecen obvias, como por ejemplo los catalanes, son generalizaciones deleznables, refugio para mentes perezosas, carentes de curiosidad, negadas hacia hipótesis que permitan acercarse a la realidad desde ángulos más productivos, más enriquecedores, menos obcecados. Los catalanes, por poner un ejemplo de tópico generalizador al uso, son solo una invención de los políticos, de los publicistas, de los historiadores mediocres, de los escritores ramplones, de algunos periodistas, de los legisladores, una invención interesada, a veces asumida con sumo gusto por la gente misma que vive en aquellas tierras del noreste de la península y que se hace así una camisa a medida de poquedad. Desde luego, la cosa no es exclusiva de los catalanes. Lo mismo ocurre con los españoles, los andaluces, los extremeños o cualquier otra de la ideas que abundan sobre eso que llaman identidad colectiva, uno de los muchos desvaríos que tientan a tantos. Ya sé que algo semejante se podría decir de casi todos los discursos fruto de elaboraciones conceptuales ligadas a la cultura, entendida esta como mediación del hombre frente a la realidad. Pero resulta que hay conceptualizaciones mejores y peores y aquellas que tienden a la generalización, a la exacerbación de diferencias que acentúan el sentimiento de pertenencia a un grupo, suelen ser nefastas.
En algunos caso, parece inevitable la generalización, como en el caso del tópico que atribuye a los hombres ciertas características contrapuestas a las de las mujeres. La cristalización de ideas semejantes, a los más conformistas les resuelven la vida, les permiten caminar sin mayores esfuerzos por la realidad tan fácil de metabolizar a partir de esquemas. Cuando, por ventura, se encuentran con la diferencia, la excepción, entonces hablan de rareza, de que eso no es lo normal. Así ocurre con los viajeros que solo saben circular por las autopistas, cómodos caminos que nos impiden ver lo más interesante de cuanto nos rodea, lo que se encuentra en los márgenes. Cuanto mayor es el carril central más se convierte en un túnel que anula la percepción de diferencia, impide apreciar el matiz. Eso en el mejor de los casos, porque en otros, lleva a despreciarlo, querer borrarlo, extirparlo, no vaya a dañar nuestro tópico.
A esos deleznables tópicos ligados al sexo ha dedicado un libro Yang Liu, artista pequinés residente en Berlín. Sus imágenes recrean la iconología a la que está expuesto el visitante de lugares públicos, esas indicaciones que aparecen en museos, váteres, estaciones, medios de transporte, etc. A mí, me hacen pensar que no soy ni una cosa ni otra, ni el que lleva pantalón ni el que lleva falda, y eso es algo que me complace.
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