miércoles, 26 de septiembre de 2012

Circos, pero no del sol.

 

Como otros años por estas fechas, llega a Zaragoza el Gran circo mundial. No sé cómo será el espectáculo, si habrá tres pistas o una sola, si bajo la carpa olerá a caballo con notas de tigre y reminiscencias de cabra, o habrán tirado de potentes ambientadores,  pero el nombre de este circo lo enlaza con aquellos de mi infancia que asentaban sus carromatos junto a la plaza de toros de la Ventas o en algún gran descampado madrileño. Ver el circo era entonces una experiencia menos interesante que pensar en él. Como le pasa al narrador en A la busca del tiempo perdido con una actriz, imaginar durante semanas lo que podría llegar a ser una espectáculo era mucho mejor que asistir a él, porque uno caía necesariamente en la desilusión. Todo era por fuerza más cutre, menos brillante, más incómodo que en las ensoñaciones que precedían a la función.

Después, de mayor, la cosa cambió completamente y prefería el detalle real al imaginado, admiraba casi más el esfuerzo, la tensión o la indiferencia ante el posible fallo de los artistas que la soltura en su ejecución, me gustaban más los animales perezosos y algo delgados que las raudas fieras, prefería a los desganados lanzadores de puñales antes que a los personajes solícitos y bien vestidos de los circos de lujo. Me gustaba más, en fin, merodear por las tiendas del campamento ambulante para echar un vistazo a los personajes en sus faenas cotidianas, ver y oler a los animales en sus jaulas, que verlos actuar.

Por esas razones, quizá, me ha disgustado siempre tanto la idea que me hago del mundialmente famoso Circo del Sol, con ese nombre algo pretencioso. Lo asocio a los grandes equipos de fútbol que a fuerza de talonario contratan a los mejores mercenarios de la galaxia. Quizá, la celebraciones de los goles, tan exageradas, tan ridículas, a menudo, como de patio de colegio, tangan que ver con el  desarraigo de quienes las ejecutan. Sobreactuar suele ser una manera de cubrir inseguridades. Bueno, pues tengo al Circo del Sol por un circo inodoro, insípido y demasiado colorido, más atento a remedar los

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(Foto: Stanley Kubrick,Personalities of the circus, marzo 1948)  sueños, siempre inigualables y como tales pertenecientes al reino de lo irreal, que a profundizar en la realidad. Lo imagino como una multinacional del espectáculo con ojeadores dispuestos a la caza, en gira permanente por los puntos claves del planeta en materia de habilidades circenses. Quizá, incluso, como los clubes de fútbol, dispone de canteras en las que los futuros artistas viven medio recluidos del mundo. No creo que, como en mis sueños, lleguen desde la India, pasito a pasito, hasta las sedes del Circo del Sol, los elefantes  o que los caballos de las estepas se presenten en las oficinas con sus jinetes, de pie sobre la grupa o abrazados a la tripa del animal. Habrá intermediarios, comisionistas, negociaciones para contratar a los increíbles artistas que llevan en sus giras, que de tan buenos, a veces parecen más deportistas que personas que se ganan la vida con un punto de disgusto por tener que hacerlo, como la mayoría.

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