“Para Einar, Estados Unidos era la tierra de la libertad no sueca, el lugar de espacios abiertos donde un hijo aún podía imaginar que era especial. Pero nada altera tanto la sensación de ser especial como la presencia de otros seres humanos que se sienten igual de especiales. Tras alcanzar, gracias a su inteligencia innata y al duro trabajo, cierto grado de prosperidad e independencia, pero no lo suficiente ni de lo uno ni de lo otro, se convirtió en todo un modelo de ira y decepción (…)Si un coche se le acercaba de frente por la noche con las largas encendidas, Einar respondía poniendo también las largas y dejándolas encendidas. Si un mentecato se atrevía a intentar adelantarlo en una carretera de doble sentido, pisaba a fondo el acelerador para igualar la velocidad del otro coche y luego desaceleraba para impedir que el aspirante a adelantarlo pudiera volver a colocarse detrás, obteniendo especial placer cuando existía peligro de colisión con un camión que venía de frente. Si otro conductor lo obstaculizaba o se negaba a cederle el paso, perseguía al causante de la ofensa e intentaba sacarlo de la carretera, para poder apearse e intentar insultar a gritos al conductor. (El carácter propenso a la fantasía de la libertad ilimitada, es también, cuando la fantasía se echa a perder, un carácter proclive a la misantropía y la rabia).”
Franzen, Jonathan, Libertad, ed. Salamandra, 2012, Trad. de Isabel Ferrer, p. 533.
“La historia que explicaba todo era la de Bonasera, el de la funeraria. había venido a América, la América de las leyes, pero a veces la ley no llegaba ni protegía a los ciudadanos y había que acudir a un padrino, un
amigo, un vecino o a alguien influyente y pedir protección, el tipo de protección que quizá el país no proporcionaba a los ciudadanos. Esa pequeña cuestión siempre me había inquietado. y trate de escribir eso como comienzo de la película, empezando con las palabras que consideré adecuadas la la película que me proponía hacer: “Creo en América”.
F. F. Coppola. Versión comentada de El Padrino I.
“Para muchos y muchas de nosotras, el 15 M ha significado, a priori, una salida a la asfixia. Es demasiado pronto para decir si, además, entre sus efectos colaterales va a tener el poder de inocular algún disolvente de lugares comunes, fosilizados, en los cerebros que tienen la obligación de pensar (…) Tendríamos que encontrar nosotras el pliegue que nos sacara de la Ahistoria. Que nos devolviera al devenir, a lo informe, a la posibilidad, ha escrito Silvia Nanclares (en El sur: instrucciones de uso). Despacio y por nuestros propios medios, estamos aprendiendo a abandonar los tutelajes verticales. Tal como estamos haciendo en las calles, tendremos que abrir nosotras mismas
el agujero de la Ahistoria y la cohesión normalizadora y procurarnos el resquicio que libere la identidad y el pensamiento. Porque si antes nos pudo valer la libertad sin ira, nos hemos visto reducidos a ser obedientes hasta en la cama. Bien, pues ya no más.
Carolina León, Libertad sin ira: qué fue de la crítica literaria (y cualquier otra) en la CT, en CT o la cultura de la transición, Varios autores, Debolsillo, 2012, p. 98-99.
Fotos de la exposición Habla, de Sharon Hayes (Centro reina Sofía, Madrid
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