Quien deambula por la ciudad temprano por la mañana, si no está ya demasiado tenso como para no poder atender a los detalles del paisaje urbano, suele cruzarse con personajes curiosos de todo tipo, desde trajeados ejecutivos cuyo cutis recién afeitado resplandece obscenamente, hasta mendigos que afanosamente se van recolocando los pantalones, hacen pis junto a un seto o se lavan en una fuente pública. En El retrato de Dorian Grey, de O. Wilde, creo recordar que hay unas estupendas páginas dedicadas a esos momentos del día en los que se cruzan los caminos de quienes vuelven de la juerga y quienes van al cautiverio del trabajo, unos recién descansados y los otros recién agotados.
Una de las fuentes de mayores sorpresas es el suelo, zona a la que están particularmente atentos los dueños de los perros madrugadores, en particular los que ya han asumido que durante los alrededor de quince años de la vida de sus animales domésticos tendrán que levantarse, de temprano a muy temprano, para pasearlos. Los que todavía no han asumido su condena, andan malhumorados, farfullando maldiciones contra los miembros de su familia que han acabado por delegar el paseo del can en sus manos, o mirando a los otros paseantes con cierto sentido de culpa, como si supieran que solo los oficinistas o los obreros tienen derecho pleno y obligación de madrugar. Los paseantes de perros, para aliviar su sensación de que son intrusos en el mundo de la madrugada, ni curritos ni juerguistas, fingen tener prisa por volver a casa para después irse corriendo a fichar, se visten como si el paseo canino fuera un mero trámite antes de empezar su verdadera jornada, caminan contrariados como si no aceptaran que un ser inferior, por muy buena persona no humana que sea, tuviera el derecho a no querer oír hablar de hacer caca o pis en casa ni en las fiestas de guardar, como, por otra parte, se le enseñó de cachorro.
Pero quien ya se ha acomodado a su destino, quien incluso está más atento a lo que su perro va descubriendo, a las trayectorias que dibuja su olfato, goza sin parar de las sorpresas que, mimetizadas en el suelo, pasan desapercibidas a la mayoría. Un dueño de perro me ha contado que, junto con su schnauzer, ha encontrado ya en los parques públicos tres teléfonos móviles inteligentes, dos carteras, amén de tantos objetos desagradables, entre los que predominan los preservativos. Por mi parte, al amanecer, he visto sofás flotando en los lagos urbanos, sofás en medio de salones al aire libre, restos de misteriosas juergas entre muñecos, arcoíris dobles y vestigios de extraños rituales o quizá meras casualidades.
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