En la incesante sucesión de actividades diarias hay pocos acontecimientos ordinarios que no se encabalguen con el siguiente como si de un fluir constante se tratara. Una cosa tras otra se va cumpliendo hasta que se acaba el día previo a la rutina del día siguiente. Solo el acto que de repente se vuelve fácil o difícil habiendo sido lo contrario anteriormente marca un hito en el camino, creando una especie de paréntesis, dichoso o desgraciado, entre su final y el principio del acontecimiento siguiente. La dicha o el descontento suelen depender del esfuerzo requerido y la satisfacción que se deriva de su superación varia según la importancia de la actividad . Lo mismo cabría decir del desengaño que a veces sufrimos. Pero, si, por fin, conseguimos llevar a cabo nuestro objetivo es probable que se note en nuestra cara, a menos que se trate de algo que queramos esconder. También es probable que mejore nuestro estado de ánimo. La campaña publicitaria a la que pertenece el siguiente video quizá pueda ser leída como un ejemplo de lo expuesto. Se trata de una actividad, si así puede ser llamada, que solo aprecia aquel al que le resulta complicado realizarla, mientras que quien la ejecuta diariamente sin esfuerzo pasa a continuación a lo siguiente sin que entre las dos cosas se produzca lo que en el anuncio se define cono “felicidad”, ese paréntesis de dicha al que antes me refería.
Aquellos que entre su rutina diaria incluyen notables esfuerzos físicos no ligados estrictamente a su trabajo solo pueden ser entendidos, a la luz de las fotografías que el diario Repubblica publica del fotógrafo Sacha Goldberger -el creador de Mamika-, como personas insensatas o quizá como individuos que, a través del castigo autoinfligido, persiguen un bienestar superior ligado a ese bendito agotamiento que nos permite recobrar la sensación de que poseemos un cuerpo capaz de recuperarse del cansancio, un cuerpo que todavía palpita entre las ruinas que le va echando encima la espuma de los días.
Los fotografiados acababan de hacer jogging por parisino el Bois de Boulogne y, una semana después, maqueados en el estudio del fotógrafo, imitaron la misma pose tomada al final del duro ejercicio. He aquí unos ejemplos del pirandelliano juego trágico de las máscaras…Y es que en alguno el esfuerzo y la tensión por parecer guay parece mayor que la energía gastada para correr.
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