Es frecuente que los turistas españoles que visitan Italia vuelvan sorprendidos por cómo se conduce en algunas ciudades del país, en Nápoles, por ejemplo. No se acaba de aceptar el desorden de semáforos, las direcciones prohibidas con más tráfico de vehículos en sentido contrario que en el debido, coches aparcados en un alarde de inventiva geométrica, etc. Dejando a un lado que un país tan heterogéneo en casi todo también lo es en esta cuestión, a veces pienso que el fenómeno es un rasgo más de esa mentalidad que huye de las normas generales para refugiarse en la resolución del caso concreto, algo que en el fondo tendría que ver con la vieja distinción que hacía el sociólogo F. Tönnies entre las sociedades basadas en el favor o la amistad (Gemeinschaft) y aquellas basadas en el derecho, en las normas iguales para todos (Gesellschaft). Una vez ignorado el semáforo, ente igualitario por antonomasia, el posible choque con otro coche se resuelve gracias a la cortesía, la deferencia debida al respeto o, en último término, a la habilidad al volante de los implicados, una habilidad que no puede dejar de desarrollarse en tales circunstancias. El caso del intrépido motorista Simoncelli en los mundiales del campeonato Gp no deja de ser un ejemplo de lo dicho. El problema es que quienes corren con él y sufren sus envestidas parecen más partidarios de la Gesellschaft que de la otra –shaft.
Pero los turistas españoles en Italia solo ven lo que ocurre en las caóticas plazas desde los miradores en los que se sitúan para contemplar los monumentos, aunque la mirada se les vaya al tráfico o al espectáculo que proporcionan a veces los guardias urbanos, como puede observarse hacia el sexto minuto del siguiente fragmento de Il vigile:
Lo que ocurre dentro de los coches es un misterio que solo los iniciados conocen. Yo, sin ir más lejos, aprendí a conducir con una sola mano, agarrando el volante por su parte inferior y la palma vuelta hacia arriba (¡ah, y el codo apoyado en la cara interna del muslo de la pierna izquierda, porque soy zurdo!), viéndoselo hacer a un responsable padre de familia casertano por las autopistas del sur. Leo hoy una noticia ligada a un caso extremo no sé si de engreimiento, imprudencia o idiocia. Seguramente, un poco de todo mezclado, aunque el colmo hubiera sido que el individuo estuviese jugando a tetris mientras hablaba con el contestador automático de su empresa de teléfonos. Se trata del conductor del video que aparece a continuación, el cual ha sido condenado a suspensión de empleo y sueldo durante treinta días, en los que deberá hacer trabajo social. De todos modos, no creo que le haga falta volver a conducir con las manos, porque los del Circo del sol ya se habrán interesado por sus servicios. Además, ¡solo estaba resolviendo urgentes problemas técnicos con los mensajes! :
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