The Telegraph recuerda a Francesca Woodman (1958-1981), la gran fotógrafa americana que murió suicida a los 22 años, dejando un corpus de alrededor de 800 fotografías como herencia artística. Poco afortunada en vida, su obra ha pasado a gozar de excelente consideración en un género dominado por los hombres. Woodman, quien, poco a poco, ha ido dejando de ser una fotógrafa de culto para entrar en el canon de la gran fotografía, retrata a menudo figuras femeninas en habitaciones vacias, abandonadas. Son retratos, muchos de ellos, que tienen el misterio de la fotografía primitiva, esa especie de mezcla de intensidad y delicadeza de las primeras instantáneas, unida al desgarro fruto de la incomunicación, de la soledad. A veces, me hace pensar en una especie de versión fantasmagórica, con un toque de ingenuidad adolescente, de esos cuerpos de F. Bacon que parecen iluminados por un foco en el peor momento de sus vidas, desnudos, agazapados, pero no como animales que van a saltar encima de una pieza sino como víctimas doloridas, postradas, tensas en el dolor. Otras veces, sus imágenes parecen graffiti quintaesenciados en los que el cuerpo vivo apenas se distingue de la materia inerte sobre la que se situa. Digo apenas, pero esa pequeña diferencia entre lo inanimado y los personajes retratados es lo que da profundidad a la composición, en un delicado equilibrio entre calidez y frialdad, intensa emoción y enorme descreimiento. El Telegraph anuncia una exposición (17 de noviembre-22 de enero de 2011) en la Galería Victoria Miro, que incluye algunas de las pocas fotos en color conocidas, y el año próximo un gran retrospectiva en el Museo de arte moderno de San Francisco y después en 2012 en el Guggenheim de Nueva York.
No hay comentarios:
Publicar un comentario