martes, 16 de febrero de 2010

Rincón del cagnolino rampante (1). El primer perro de Coetzee.

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Abro un nuevo rincón dedicado a los animales. Me ha parecido bien empezar por una historia muy triste, en la que se mezcla la maldad, el sufrimiento animal y la desolación de un niño. Vendrán otros tiempos mejores, quizá.
Este primer testimonio es de uno de mis escritores preferidos, J. M Coetzee. Los perros aparecen con bastante frecuencia en sus textos y a veces juegan un papel de cierta importancia, como en Desgracia. En este caso, se trata del primer volumen de sus memorias, Infancia, un texto de rara intensidad y al tiempo distanciamiento. Son una memorias excepcionales, quizá más hermosas que el segundo volumen, Juventud, y cuando digo hermosas incluyo entre los atributos de la hermosura la verdad, el dolor, la decepción, todo aquello que existe, porque quizá, el artista debe dar voz a cuanto vive, fundirse con la totalidad de las cosas en busca de su esencia. Era el ideal de Rilke, acostarse junto al leproso, oír su latido. Coetzee no desdeña ningún tema, ningún personaje. Prueba de ello es el final de Elisabeth Costello, en el que el personaje protagonista, trasunto del escritor, hace un examen de conciencia sobre su capacidad para oír la voz del otro y transmitirla. En ello le va la salvación. Un rasgo particular de Infancia es que es una autobiografía narrada en tercera persona, algo que, al mismo tiempo, aleja de los acontecimientos y equilibra el punto de vista. Yo diría que tanto del lector como del escritor.
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Título: Infancia Autor: J. M. Coetzee Editorial: DeBolsillo , 2004Precio: Unos 7 € Páginas: 191Trad. Juan Bonilla
El original en inglés, Boyhood, es de 1997.


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págs. 60-61

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