miércoles, 2 de mayo de 2012

Del sobaco como consigna segura de mercancias delicadas.


Todavía conservo uno de los primeros libros que leí (Historia y orígenes del lenguaje, Diamond, A.S., Alianza Editorial, 1974). Tardé bastante en acabarlo, porque tenía solo quince años y me resultaba pesado y difícil, pero  perseveré en el empeño. Había decidido ser lector como actividad primordial en mi vida (mínimo, 30 páginas diarias) y era  consciente de que la vocación requería paciencia y, a menudo, notable capacidad de soportar el  aburrimiento. Lo llevaba siempre en el sobaco y hacia la página doscientos ya movía el brazo casi con la misma agilidad que si no lo hubiese llevado puesto. No recuerdo si al llegar a casa me lo quitaba o no, si cuando iba a hacer pis, por ejemplo, seguía Diamond ahí acurrucado, impertérrito ante el espectáculo. Exagero, por ejemplo, estoy seguro de que nunca llegué a jugar al ping-pong con Diamond encima, pero sí recuerdo haber comido buenos platos de espaguetis con el ladrillo haciendo de cuña entre el tórax y el brazo. Era como mi vestidito nuevo, me daba bienestar y anticipaba mi imagen futura. Ah, se me olvidaba decir que soy zurdo y que mi sobaco preferido para los libros era el izquierdo
El resultado fue que, al cabo de un par de semanas, Diamond apestaba a sudor. Hoy, muchos años después, me acerco a él con la reverencia con la que a partir de los cincuenta uno añora los  olores perdidos de la adolescencia. Después, ocupó su lugar el segundo volumen de los diarios de Arthur Adamov, pero fue un inquilino fugaz, porque me enamoré de la protagonista y me di mucha prisa en leerlo, hasta le puse cara pecosa y pelo rubio a la señora y coloqué una foto suya en la carpeta escolar. Karl Marx, de Karl Korsch y el Montesquieu de Althusser (los dos de Ariel) no debieron tardar mucho en que me los pasara por el sobaco, quizá también como marcaje territorial, una especie de exlibris orgánico, algo parecido a la meada de los perros.
Leo que Mariah Gentry y Kyle Bartlow, dos estudiantes de la Universidad de Washington, han patentado un sensual sujetador que sirve para bailar o salir de copas con el lector de MP3, a ser posible ipod, o el móvil, a ser posible iphone, a buen recaudo:
En estos delicados días de primavera, cuando arrecian las alergias y la nostalgia, vuelvo a sentir la superioridad del libro sobre cualquier otra fuente de dicha solitaria, y la del sobaco como guardián de los tesoros. ¿O es que a alguien, en su sano juicio, como yo, treinta años después se le ocurriría volver a oler el lomo del teléfono móvil?

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