Muere Augusto Algueró, autor de tantas canciones de goma arábiga, pegamento Imedio, Supergen y hasta Loctite. Recuerdo que alguna vez me pillé, quizá bajando unas escaleras o al salir del metro, cantando canciones suyas. Inmediatamente me reprimía y callaba, pero no podía evitar acabar la frase, y hasta repetirla al cabo de unos minutos. Cuántas otras veces, sin embargo, no me habré dado cuenta, ensimismado en la melodía, de que estaba tarareando algo suyo, cuántas veces otras alegrías, otros anhelos, no se habrán disfrazado con retales de sus notas.
En cierto sentido, se puede decir que la música pop, la canción ligera, es la heredera del folclore en el capitalismo. Hubo un tiempo en el que entre la música culta y la popular había buena comunicación y no solo durante el romanticismo. “La gran música en la tradición europea, afirmaba el joven Bernstein, había crecido orgánicamente a partir de fuentes nacionales, tanto en un sentido material (melodías folclóricas que sirven como fuente para la composición) como en un sentido espiritual (música folclorizante que expresaba el espíritu de un lugar).
La concepción en dos niveles de Bernstein, que reconoce en igual medida la autonomía de la música y su función social, constituye un buen ejemplo para explicar por qué la música negra conquistó aquellos espacios con menos prejuicios de la Norteamérica blanca” (El ruido eterno, Ross, Alex, Seix Barral, 2009, p., 160). Hoy la gran industria discográfica parece haber apostado por otras opciones y, salvo marcadas individualidades, casi todo resulta fruto de recetas industriales, producto precocinado intercambiable, chunda chunda, grititos, ridículas exhibiciones vocales o sobreactuaciones a lo Bumbury. Quizá sean los cantantes hispanoamericanos los que mejor han conservado el vínculo con los ritmos folclóricos, de los que las grandes figuras internacionales beben sin parar.
La muerte de Algueró me ha traído a la cabeza, no sé si justamente o no, el famoso Elogio de la mala música, de Proust, un elogio de cierto tipo la música popular, que, por cierto, a Proust siempre le supo levantar. Digo que la asociación entre Algueró y la mala música no sé si es justa y si ante sus composiciones hay que “taire un moment" los “dédains esthétiques”. Desde luego, Algueró, por lo que se refiere a “l´importance du rôle social de la musique”, ocupará un lugar relevante en la memoria de varias generaciones:
Proust, Marcel, Les plaisirs et les jours, Gallimard, 1924 (Folio, 1973), p., 229-231.
Encuentro esta traducción en una página web:
ELOGIO DE LA MALA MÚSICA
DETESTAD la mala música, no la despreciéis. Se toca y se canta mucho más, mucho más apasionadamente que la buena, mucho más que la buena se ha llenado poco a poco del ensueño y de las lágrimas de los hombres. Sea por eso venerable. Su lugar, nulo en la historia del Arte, es inmenso en la historia sentimental de las sociedades. El respeto, no digo el amor, a la mala música es no sólo una forma de lo que pudiéramos llamarla caridad del buen gusto o su escepticismo, es también la conciencia de la importancia del papel social de la música. Cuántas melodías que no valen nada para un artista figuran entre los confidentes elegidos por la muchedumbre de jóvenes romancescos y de las enamoradas. Cuántas"sortijas de oro", cuántos "Ah sigue dormida mucho tiempo", cuyas hojas son pasadas cada noche temblando por unas manos justamente célebres,mojadas por las lágrimas de los ojos más bellos del mundo, melancólico y voluptuoso tributo que envidiaría el maestro más puro —confidentes ingeniosas e inspiradas que ennoblecen el dolor y exaltan el ensueño y que, a cambio del ardiente secreto que se les confía, ofrecen la embragadora ilusión de la belleza. El pueblo, la burguesía, el ejército, la nobleza, así como tienen los mismos factores, portadores del luto que los hiere o de la alegría que los colma, tienen también los mismos invisibles.
mensajeros de amor, los mismos confesores queridos. Son los músicos malos. Este irritante estribillo, que cualquier oído bien nacido y bien educado rechaza nada más oírlo, ha recibido el tesoro de millares de almas, ha guardado el secreto de millares de vidas, de las que fue inspiración viviente, consuelo siempre a punto, siempre entreabierto en el atril del piano, la gracia soñadora y el ideal. Esos arpegios, esa "entrada"han hecho resonar en el alma de más de un enamorado o de un soñador las armonías del paraíso o la voz misma de la mujer amada. Un cuaderno de malas romanzas, resobado porque se ha tocado mucho, debe emocionarnos como un cementerio o como un pueblo. Qué importa que lascaras no tengan estilo, que las tumbas desaparezcan bajo las inscripciones y los ornamentos de mal gusto. De ese polvo puede elevarse, ante una imaginación lo bastante afín y respetuosa para acallar un momento sus desdenes estéticos, la bandada de las almas llevando en el pico el sueño todavía verde que las hacía presentir el otro mundo y gozar o llorar en éste.
Un par de canciones compuestas por Algueró:
Penélope: El crimen fue en Italia.
Y el corazón contento, con un Palito Ortega que recuerda al ángel lleno de gracia nonchalante de Teorema (Pasolini).