Leyendo con bastante gusto Un guión para Artkino (Fogwill, Periférica, 2009, p. 47)), entre veras y bromas, de repente, me encuentro con el siguiente párrafo:
“Ocurre algo semejante con el lector de una novela: él ignora la cantidad de relatos que fueron escritos antes de optar por el párrafo que los sintetiza, y sin embargo, al leer ese párrafo, si ha surgido de una pluma educada y tocada por los dones del arte, recibe todo aquello que el autor descartó en un supremo esfuerzo de síntesis y sus posteriores comentarios lo sorprenden, porque detalles omitidos por economía y periodos del tiempo que el relato obvia para mejor manejo de la tensión dramática son imaginados por el lector tal como los describió y narró el autor en esas páginas que jamás fueron impresas”.
Y pienso que este párrafo de sabor proustiano habla en realidad de dos cosas. Por un lado, de la grandeza del relato, más del de ficción que del histórico, aunque haya zonas de cruce entre los dos. Coetzee, al hablar de La Conjura contra América, de Philip Roth, otra fábula distópica, resumía la cuestión “…La Conjura contra América es un manual de historia, pero de tipo fantástico, con su propia verdad, esa clase de verdad en la que pensaba Aristóteles cuando decía que la poesía es más verdadera que la historia; más verdadera debido a su poder para condensar lo múltiple en lo típico.” (Mecanismos internos, 2007. DeBolsillo, 2010, Trad. de Eduardo Hojman, p.249). En ese sentido, si Conjura… es “una concreción, una puesta en escena con fines poéticos, de un determinado potencial en la vida política estadounidense” (p. 251), Un guión… es la puesta en escena de un determinado potencial del comunismo global.
Por otro lado, Fogwill, en su párrafo proustiano, está describiendo el idilio entre el lector y el escritor en términos de ese tipo de enamoramiento que da por supuesta la coincidencia en el modo de ser del amado y uno mismo. Son esos indicios de los que hablaba Deleuze en Proust et les signes (P.U.F., 1971). La obra de Proust trata en buena medida de cómo las señales son equívocas:
“Il y a donc une contradiction de l’amour. Nous ne pouvons pas interpréter les signes d’un être aimé sans déboucher dans ces mondes qui ne nous ont pas attendu pour se former, qui se formèrent avec d’autres personnes, et où nous ne sommes d’abord qu’un objet parmi les autres. L’amant souhaite que l’aimé lui consacre ses préférences, ses gestes et ses caresses. Mais les gestes de l’aimé, au moment même où ils s’adressent à nous et nous sont dédiés, expriment encore ce monde inconnu qui nous exclut. L’aimé nous donne des signes de préférence ; mais comme ces signes sont les mêmes que ceux qui expriment des mondes dont nous ne faisons pas partie, chaque préférence dont nous profitons dessine l’image du monde possible où d’autres seraient ou sont préférés”.
Entre el idilio amoroso y aquel que describe Fogwill hay pocas diferencias. ¿No será un libro que nos encanta una especie de trasunto del amor humano, aunque cosificado y por lo tanto más manejable?
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