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Si se mira con ojos de crisis, un 10 por ciento de descenso en las ventas casi podría considerarse un medio éxito. Si se mira con la sensación de que se trata de una pequeña feria del libro de provincias, cabe hablar de un mediocre fracaso, muy en consonancia con la medianía de la feria. Es muy probable que con más dinero la atmósfera olería menos a cosa pequeñita y gozaría de otro aire, incluso del perfume selecto de los grandes invitados. Lo cierto es que, después de un par de recorridos completos, tuve la sensación de que, a parte de un par de casetas llenas de comic y semejantes, interesantes para los interesados, otro par de casetas dedicadas a editoriales locales, la de productos culturales marxistas, la de saldos de catálogos de exposiciones celebradas Ibercaja y tal vez alguna otra de instituciones públicas, la visita se podía hacer muy deprisa, salvo si te interesabas por la Universidad San Jorge, dueña de un curioso puesto de información en el que había no más de cuatro libros, aunque, eso sí, por fortuna, no eran novedades. En el resto de los casos lo expuesto eran eso, novedades, pocas, y a menudo de escaso interés. Y es que hasta el escaparte del local cercano de alguno de los libreros tiene más interés que el chiringo que ellos mismos habían montado para la feria. Da la impresión de que el visitante al que se dirigen es un poco como ese destinatario de los discursos de los políticos, un ser dotado de escaso gusto, criterio e inteligencia. Uno poco dado a la compra de libros, por lo menos de libros de calidad. Es verdad que todas la ferias de libros, como las librerías mismas, son esclavas de la novedad, cualquiera que sea, que viene empujando a la que deja de serlo, pero es que ni siquiera a ese nivel la feria deslumbraba.
Si pensamos en otro tipo de libros, novedades o no, menos expuestos a la usura de la moda, no había casi nada, ni el 20 por ciento de la mesa central de Antígona, por buscar un buen patrón de medida. En realidad, la verdadera feria, entendida como un lugar en el que aguardan gratas sorpresas, reencuentros felices y alguna confirmación, estaba en el vientre de la ballena, lleno de libros viejos, en los bajos del Caracol, en donde, por cierto, solo me encontré con grupos de adolescentes deseosos de dejarse unos euros en lectura y con algún profesional del ramo que departía con la simpática pareja de vendedores que habían instalado allí sus mesas. Cosas buenas, bonitas y baratas. De esas tres bes, arriba, en el paseo de Independencia, con muchísima suerte podías juntar dos.
J. Brox
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