lunes, 2 de mayo de 2016

¡Viva la luna, en la que nunca he dejado de estar! Y es que Los sacerdotes egipcios no comían cebolla, porque es el único vegetal que germina con la luna menguante y se retrae con la luna creciente.


El 2 de mayo de 1902 empezó a rodarse el Viaje a la luna, de Méliès, aquí en una versión restaurada.


Me lo dijo Brox, que está en la luna /Y vive encantado de todas las cosas que
ve por allí. /Me lo dijo Brox, que está en la luna/Que allí la alegría, /de noche y de día /nunca tiene fin (Pseudo Tres Sudamericanos)

Los sacerdotes egipcios no comían cebolla, porque es el único vegetal que germina con la luna menguante y se retrae con la luna creciente. Fruto cabezón, cebollo, que desmiente los ritmos naturales y desobedece a la simpatía universal dictada por la batuta suprema de Selene, es de las pocas cosas en la tierra que no se deja seducir por sus efluvios. La luna es Venus celeste que todo humedece y hace fructificar, Ártemis protectora de los partos y
según Tulio Cicerón emite el sonido más grave de la música de las esferas.
Durante los días de primavera, con el cielo descubierto, sorprende a los paseantes, que intuyen en ella una invitada inesperada, portadora de una misteriosa alegría que recuerda al fresco vino blanco justo antes de que entontezca la cabeza. Entonces, la luna, mezclando lo mejor de los invisibles ríos que la recorren y los restos de la tibieza vespertina, envía a los seres vivos de la tierra un rocío dorado. El calorcillo interno que nos hace sentir, si hemos cogido antes de salir de casa una rebeca ligera, es enemigo de la sequedad que produce el sol. Lo que este nos quita, aquella nos lo da al anochecer. Uno concentra y la otra distiende. El hermano es pesado, insistente, lleva a crímenes absurdos, porque hacía calor, es terco; la hermana desata, relaja, ablanda, disuelve. Entre los dos, seguramente consiguen un perfecto equilibrio, pero yo la prefiero a ella, aunque cuando se va encogiendo se empequeñezca la pupila de los gatos, descansen las hormigas y me sienta más calvo. Los niños de pecho abandonados al plenilunio están condenados. Su cuerpo acumula demasiados humores, se deforma y no vuelve nunca más a su ser. Quizá fue eso  lo que me pasó, quizá por eso, cuando aparece en el firmamento, a veces la desdeño, me voy a casa a leer, y otras veces, me quedo inmóvil y temeroso ante su fulgor, pieza perdida de un mundo imaginado, último vestigio de un rompecabezas extinguido.
(Algunos de los contenidos del texto provienen de Citati, P, Leopardi, Mondadori, 2011)

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