“Así es, anotaba Max Frisch en la primavera de 1946, la
hierba que crece en las casas, el diente de león en las iglesias, y de
repente uno se puede imaginar cómo todo sigue creciendo, cómo una selva va
cubriendo nuestras ciudades, lenta, inexorablemente, un avance desprovisto de
seres humanos, un silencio de cardos y musgo, una Tierra sin historia, y entre
medias el gorjeo de los pájaros, la primavera, el verano y el otoño, el aliento
de los años que ya nadie lleva en cuenta…” (Enzensberger, H. M., Europa en ruinas. Relatos de testigos
oculares de los años 1944 a 1948, Madrid, Capitán Swing, trad. Begoña
Llovet Barquero, p., 15)
Al final de la guerra la Segunda Guerra Mundial,una gran
parte de Europa
estaba en
ruinas. El centro histórico de algunas hermosas ciudades –Roma, Venecia,
Praga, París, Oxford-, se había salvado de convertirse en añicos por acuerdos
más o menos tácitos o por suerte (Judt, Tony, Postguerra, Taurus, 2006, p., 39). Pero el resto había quedado
reducido a escombros, ventanas sin cristales, edificios en los huesos, marcos
maltrechos de puertas inexistentes, tuberías estalladas, cuando no montañas de
añicos, amasijos malolientes a cadáver sepultado, entre los que, sin embargo, o
precisamente por ello, empezó pronto a
crecer la hierba.
W. G. Sebald en su breve Sobre la historia natural de la destrucción (Anagrama, 2003)
señalaba la escasez de materiales gráficos sobre lo ocurrido en Alemania. Sebald
se refería a los terribles bombardeos de saturación aliados sobre las ciudades
alemanas –Dresde, Hamburgo, Berlín, Pforzheim, Colonia, Düsseldorf-, a las
pocas obras literarias que han recreado los hechos. El motivo, según el escritor
fallecido prematuramente, podría ser un mal
asumido sentimiento de culpa, que llevaría a avergonzarse de contar lo
ocurrido, pues quienes habían apoyado, consentido o callado la barbarie nazi no se sentirían legitimados para protestar. Como escribe S. Luzzatto sobre la Guerra Civil en
Italia, pero aplicado a la Guerra Mundial, “resultaría tranquilizador pensar que en una guerra (más aún en una
guerra civil) el enemigo se encuentra siempre y en cualquier caso fuera de
nosotros…Vista desde cerca, la guerra civil italiana –en relación a la cual a nadie le debería costar
por lo menos restrospectivamente escoger
su propio campo, habiendo sido uno de los dos campos el de la humanidad y el
del derecho y el otro en de la falta de humanidad y el del abuso– cuenta una
historia distinta. Junto con la historia de un bien, el de la impagable lucha
contra el nazifascismo, cuenta la historia de un mal insondable, el mal del que
ningún hombre… puede sentirse libre. Entre el blanco y el negro aparecen las
numerosas tonalidades del gris. A veces, la historia de los partisanos tiene el
encanto simple de los contrastes. Más a menudo, tiene la compleja verdad de los
matices” (Luzzatto, Sergio, Partigia, Bestsellers Mondadori,
2014, p. 19). El ángel de Paul Klee que alegorizó Benjamin diciendo que todo
acto de civilización arrastra otro de barbarie tiene este capítulo de la
historia reciente entre sus preferidos.
Si los animales del zoo bombardeado de Berlín vagaban
extrañados como niños perdidos (53.000 en Berlín al final de 1945. Judt, ibid.,
p., 45), atraídos por los fétidos olores que salían de las ruinas, hoy solo
quedan vagos recuerdos de aquello y los hijos de las familias del
país que dicta los destinos del continente juegan en paisajes diferentes al de
Edmund, el joven suicida, protagonista de Germania anno zero
(Rossellini, 1947).
Desde 2008, el fotógrafo Henning Rogge se ha dedicado a
retratar cráteres de bombas de la Segunda Guerra Mundial en medio del campo,
entre bosques. El paisaje los ha absorbido metabolizándolos, hasta el punto de
que sin ser advertidos no habríamos caído en la cuenta de que esos agujeros
llenos de agua son un testigo de lo que pasó, sometido a una impecable trabajo
de reciclaje por parte de madre naturaleza. La foto, como si se tratara de un
sabueso condenado a seguir el rastro del pasado, revela el drama de lo ocurrido
y al tiempo la capacidad de regeneración. Fijarse solo en una de las dos cosas
supone equivocarse. El recuerdo machacón nos aleja de la vida, la falta de
memoria nos convierte en bolsas al viento sin nada dentro.
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