Tusquets Editores S.A.
1ª ed. (01/03/2016), 136 páginas
Traducción: Javier Albiñana
"Ménilmontant, mais oui, madame..." (Charles Trénet)
Ejercicios de
supervivencia (Excersices de survie, con un prólogo de Régis
Debray en su edición original, de la que no aparece la fecha de publicación en
la traducción española) tiene el aspecto de ser un libro con grandes dosis de
edición, las suficientes como para haber convertido un conjunto de materiales
sin terminar en un libro acabado. Parece ser que la muerte pilló a
Semprún en 2011 a vueltas una vez más con su memoria de los años de
lucha contra los nazis y después contra Franco, encuadrado primero en la red
maquis Jean-Marie Action, y después, sucesivamente, en el seno del
P.C.F. y del P.C.E. Por momentos, se tiene la sensación de que el libro
desfallece, porque se vuelve a contar lo mismo que el escritor ya había contado
en otros libros con la característica medio torpeza compositiva que le
caracteriza.
Otras veces, sin embargo, en particular en la última parte, la dedicada a la liberación de Buchenwald, el campo de concentración en el que estuvo internado, ocurre lo contrario. Se aprecia un mayor trabajo textual, una mayor elaboración de los materiales, una buena selección de los detalles que sirven para dar vuelo a las digresiones. Es quizá cuando estas 136 páginas alcanzan su cota más alta, porque Semprún hace gala de lo mejor que le caracteriza, de sus condecoraciones vitales. Vivió experiencias clave del S. XX en una posición que le permitió asistir a ellas a mitad de camino entre la gran historia y la memoria, entre el papel protagonista y el papel de víctima. De ahí que supiera reciclar lo ocurrido, metabolizarlo hasta conseguir trascender de lo parcial a lo general, algo que consigue transmitir, por ejemplo, a través del grupo de desarrapados, famélicos, enloquecidos y dichosos resistentes que se encaminan a Weimar, tras la autoliberación de Buchenwald. Orgullo de prisioneros que no pasa desapercibido a los dos soldados americanos de ascendencia judío alemana que, como miembros del ejército americano, acuden, en sentido contrario, hacia la entrada monumental del campo montados en un jeep. Cosas del destino, a la hora de escribir el informe correspondiente, para referirse a una de las armas en poder del grupo (hungry-looking men) con el que se habían cruzado, uno de esos dos oficiales utilizará el término alemán, con el que quizá estaba más familiarizado por su origen, en lugar del término internacionalmente reconocible. Judíos americanoalemanes que llegan a liberar, entre otros, a judíos alemanes que ya se han liberado por sí mismos de los nazis. They laughed and waved wildly as they walked, así los vio el oficial americano por la carretera, camino de Weimar, a la que querían también liberar.
El otro punto fuerte del libro consiste en que contiene la versión más detallada que Semprún ha ofrecido de su paso por la tortura a la que le sometió la Gestapo en Auxerre, tras su captura de 1943 en Joigny, cuando se había unido a la resistencia francesa. No se trata de una descripción minuciosa. Semprún, como Levi, no soportaba la espectacularización del sufrimiento padecido, que consideraba una especie de patrimonio común de las víctimas, una pieza orgánica de la lucha, por otro lado. Así, lo que hace es intentar entender el significado de la resistencia al sufrimiento, de la negación a hablar, no como un desafío a uno mismo, a su capacidad de soportar la humillación más profunda, un sublime ejercicio narcisista, sino como un acto de generosidad, de fraternidad, más en concreto:
"La resistencia la la tortura, aunque esté deshecha al
final -y cualquiera que sea su duración: horas, días, semanas-, está totalmente
impregnada de una voluntad inhumana, sobrehumana, más bien, de superación, de
trascendencia. Para que posea un sentido, una fecundidad, es necesario
postular, en la abominable soledad del suplicio, un más allá del ideal de
Nosotros, una historia común que debe prolongarse, reconstruirse, inventarse
sin cesar" (p. 37).
Por eso, Semprún no entiende cómo otra víctima de la tortura
dice haber acabado definitivamente con el mundo tras haber pasado por ella,
confiesa haber perdido su fe en la vida. Antes bien, a Semprún, la experiencia
le recoloca, en cierto sentido, le enriquece al proporcionarle un poso de
trascendencia, de urdimbre afectiva con el otro. Un otro, otros, que, en
particular durante sus largos años de clandestinidad en Madrid, callaron por
él ante la brigada político social franquista. Hermandad, fraternidad, que como
dice alguien al que el viejo ex comunista se encuentra fortuitamente en París
en 2005, valieron la pena, "...esas batallas había que hacerlas, tuvieron
ustedes razón haciéndolas". Y eso, a pesar de que el cenizo de
Vargas Llosa recuerde en su prólogo a la edición española que Semprún
descubrió, "cuando entraba en la etapa final de su existencia, que el
ideal comunista al que tanto había dado, estaba corrompido hasta los tuétanos y
que, de triunfar, hubiera creado acaso un mundo todavía más discriminatorio e
injusto que el que él quería destruir". Digamos lo que el mismo Semprún,
con palabras de Renan, dice: podría ser que la verdad fuera triste. ¡Salud!,
aun así. Y música, la de esa orquesta de presos que celebran la liberación
del campo de concentración con un concierto de jazz, una palabra que, por
cierto, el fascismo italiano quiso convertir infructuosamente en giazzo en
los años treinta, hermosa música degenerada.
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