Ella dejó un día la imagen de su cara, el sonido puro de su voz, resabiada, pero sensual, congelados en un telediario, y Él se quedó prendado, pensó que había llegado el momento de que alguien así ocupara su corazón.
Buscó aquella cara, aquella voz y se equivocó dos o tres veces. Como la paloma, pensó que el norte era el sur y que la noche, la mañana. Tenía consejeros, aquellos animalillos que habían crecido con él, personal de la casa, familia hiperprotectora, una madre cuyo escudo de armas reza "mi fuerza, el cariño de la gente". Como en el cuento, le advirtieron hasta dos veces, cuando llevaba a sus princesas a los apartamentos prestados, a las casa de amigos cómplices, pares, sí, pero no primos, para sentir si, a la luz de la noche, su cara era la misma que le había traspasado, le había abierto de par en par los ojos, como un dulce vendaval, algo a la vez irrefrenable y tierno, la misma imagen que había quedado congelada en la pantalla de un televisor. A oscuras, les hacía hablar, preguntaba cosas sin sentido, para saber, o mejor dicho, para sentir, si su voz, resabiada, pero inolvidable, sonaba igual en la oscuridad que en el telediario, si era la misma que abría todas sus puertas.
Fíjate bien, fíjate bien:
Es de marca, pero no es igual
Fina, pero vulgar
Tu novia verdadera te espera en el altar
Le decía su conciencia, o sus consejeros, ya no sabía bien. Y él se resistía, volvía a probar, a pedir a sus pares, pero no primos, las llaves de aquellos apartamentos caballerescos a los que llegaba tras haber despedido a sus escoltas, a sus secretarios, adjuntos, agregados, en busca de la verdad, en pos de una imagen y una voz.
Y otra vez, vuelta a empezar, al salir quedo de madrugada, volvía a oír la canción:
Fíjate bien, fíjate bien:
Habla alemán, inglés y español
Francés, tal vez, también,
Pero no llega al sí bemol
Y vuelta a empezar la quête, en recepciones, embajadas, convenios y platós, allí donde pudiera intuir que quizá la cara y la voz que llevaba dentro pudiera estar fuera. Todo se le hacía páramo, yermo, sólo a aquella voz quería atender, solo sus nuevas quería saber, nuevas de amor.
Ella, mientras tanto, obligada a servir a un empresario, deseosa de ahorrar pero también de vivir, había ido de aquí para allá, en busca de algo que guardar. Pero, qué difícil era, casi había ya perdido la esperanza de encontar el amor. Lo había tenido entre los dedos, mas, agua en canasto, se le había escurrido, quizá por demasiado apretar.
En su trabajo diario separaba las noticias buenas de las malas, gracias a la ayuda de un pajarito, uno entre los muchos que le revoloteaban alrededor, que le decía:
¡Las buenas en el cacito.
Las malas en mi piquito!
¡Y el pajarcillo se las llevaba volando, las borraba con la patita puesta en delete, como si no existiesen, como si lo malo se pudiera borrar, ignorar, tirar a la papelera de reciclaje, dejar ir por el desagüe! Pero, qué chica, hasta de esas noticias aprendía, les miraba a la cara, tomaba notas, sacaba conclusiones, extraía enseñanzas. Luego, seria y maquillada, dejaba fluir su voz, aquella voz, hacía brillar su luz, su fotogenia, aquella fotogenia.
Los fines de semana, si libraba, volvía al Paraíso, su tierra de origen, y allí, ante la tumba de un antepasado que aún no había fallecido, al lado de un joven eucalito (sic), decía:
¿Qué será, será de mí cuando no estés?
Arbolito, sacúdete, libérate,
de oro y plata cúbreme
Por oro Ella entendía todo menos vil metal. Pensaba en su futuro a la altura de su voz y de su imagen y no podía evitar que se le viniera a la cabeza un eslogan publicitario que había oído hacía poco: Te lo mereces, y lo sabes... Deja de verlo detrás del cristal. Todo esto y mucho más, te lo mereces y lo sabes.¿Recuerdas aquel vestido de ***. Pues, vuelve a por él...
Un día, por fin, el molde y el flan se hicieron uno. Y fueron dichosos, no comieron perdices, porque no eran de esos, pero sí que festejaron con sus pares, pero no primos, aquellos que tan serviciales habían sido a la hora de ayudarles a hacer subir el suflé, como ese perrillo que en la Châtelaine de Vergy ayuda a los amantes a encontrarse. Tuvieron hijos y todo lo demás.
Con el tiempo, no cambiaron de pares pero no primos, sino que siguieron frecuentando a los mismos amigos, no como muchos otros, a los que se les sube a la cabeza el rango adquirido y no quieren saber nada de sus colegas de antes. Él y Ella adoraban aquella amistosa fraternidad, pura excelencia, combinación de respeto y sinceridad, medición exacta de las distancias, en todo momento, en toda circunstancia, señor, el equipo sensor viene de serie en la gama alta, evita roces contra las columnas, golpes tontos que acaban por afear la pintura de las relaciones.
Para Él, aquello era una parcela sagrada, como esas costumbres de juventud a las que nos aferramos, más cuanto más pasa el tiempo, que no perdona. Para ella, también eran importantes los pares, le hacían revivir su dulce juventud, tiempo de camaradería, diversión y bromas que no estaba dispuesta a perder del todo. Los amigos le recordaban que se lo había merecido, que ella era prima inter pares, aunque fuera por poderes, por contagio, por amor, desde luego, también, y eso le gustaba. Aquellos dulces caballeros, lo más granado de distintos sectores de la élite económica, financiera, empresarial, judicial, y hasta un pelín cultural, amigos, friends, sin más, y también alguno que no era de la crème de la crème, que añadía el toque exótico, colegas, y algún excompañero de profesión que había conocido antes de pisar las alfombras doradas, antes de haber dejado que su cara y su voz se congelaran en palacio. Salir, ir al cine, a cenar, juntarse, tenía un efecto balsámico para ella, le hacía seguir siendo quien había sido antes de de su segunda vida, pero vista desde el balcón del palacio. Definitivamente, la dulce compañía, de la que no podía gozar, además, muy a menudo, le recordaba a cuando todavía, con ayuda de un pajarito protector, tenía que separar las noticias grano de las noticias paja:
¡Las buenas en el cacito.
Las malas en mi piquito!
Sí, se lo había merecido, había sabido elegir entre lo bueno y lo mediocre, y lo sabía.
...
Por eso, porque eran amigos, forever friends, Ella dijo merde a su escudero, aquel que había propiciado los encuentros con el hombre de su vida. Y , como para que no quedaran dudas de su solidaridad, ahora que l'ami estaba pasando por malas horas, añadió algo así como que qué porquería de artículo, nuestra amistad está por encima de lo vulgar, quizá no tenías cambio de 30.000, qué cosas, se creen que uno lleva fajos de billetes en la cartera, con lo pequeños que son los bolsos que uso yo ahora. Quizá pensó para sus adentros, si basta con una de esas tarjetas que tú tenías, que son incomparablemente mejores que una varita mágica, quizá lo pensó, instinto no le faltaba, pero no, lo que hizo fue condenar a sus antiguos compis de profesión. Lo que a ellos les había parecido grano e ella le resultaba merde.
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