No sé si era por algún tipo de excitación que no controlaba –¡vaya excitación sería si hubiera podido controlarla!-, pero Mexico e nuvole me hacía partirme de risa. La cantaba E. Jannacci, un tipo serio, de la misma catadura que B. Keaton, cara de palo. Además, en los años setenta llevaba unas gafas oscuras, como las del cantante de Los tres sudamericanos, aquel trío de alta densidad erótica, tu boca, guayaba madura. Los cristales tintados, gordos como lupas, le hacían parecer más inexpresivo aun. Y es que el cómico risueño juega con ventaja, pero al de verdad, el que sabe que uno solo se puede reírse de los demás si se ríe de sí mismo, prefiere jugar con una mano en el bolsillo, sin buscar fáciles complicidades de monologuista de turno.
No hay nada tan serio como la sonrisa profunda, la que nace del descreimiento, esa que no consigue convertirse del todo en risa, la que rebuscando en la miseria te reconcilia con el puerco género humano, porque te refresca la cara . Y al salir del cabaret o al acabar la canción en la tele te sientes uno más, aunque un poco mejor que antes, como si la ironía fuera el agua que te hace tragar, digerir sin que se enquiste la mala leche. El humor es compasión hacia uno mismo y solo se puede ser bueno sabiendo a conciencia lo que es ser malo y que los malos de verdad son los que no se ríen.
Torrebruno hizo una versión de una de las canciones que Jannacci compuso con G. Gaber y D. Fo, el premio Nobel de literatura quizá más divertido de cuantos ha habido. Era una versión infantil de la canción (Vengo anch’io?) más adultamente infantil de cuantas conozco. Torrebruno era italiano. Que yo sepa ese es uno de los pocos ecos que Jannacci tuvo en España. Lástima que, por ejemplo, A. Pla no lo haya versionado.
La versión de Jannacci
La versión en español de Torrebruno
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