15 novembrePhotograph: Bert Hardy/Getty Images (Fuente)
Il y a un temps où la mort est un événement, une ad-venture et à ce titre, mobilise, intéresse, tend, active, tétanise. Et puis un jour, ce n’est plus un événement, c’est une autre durée, tassée, insignifiante, non narrée, morne, sans recours: vrai deuil insusceptible d’aucune dialectique narrative (R. Barthes, Journal de deuil, Points, 2009, p.60)
El ala de la muerte siempre está dispuesta a acariciarte, a cualquier hora. A veces, te llega solo la corriente del aire que mueve en la distancia. La sentí de pequeño a través de los gritos de la vecina del piso de abajo. Al despertar, se encontró a su marido tibio junto a ella y se puso a chillar. Mi padre, con la pereza doméstica de los médicos, fue a ver qué pasaba y volvió al rato para dar fríamente la noticia. La vez siguiente, el ala me entró por los ojos, por el resquicio de una puerta a través de la que vi a mi abuelo muerto, muy viejo, pero con la expresión seria de siempre. Fue sólo un fogonazo, una cabeza en medio de una raya vertical de luz. Caprichos del recuerdo, mi memoria se empeña en verlo sobre una mesa, no sobre una cama.
Después, hubo alazos helados, fríos y secos, puñetazos sobre un tablero demasiado frágil para tanta saña. Pero también toquecitos en la espalda, como para hacerse recordar, llamadas perdidas. Alguna compañera, el padre de algún medio amigo.
Desde hace no mucho, contemplo el revoloteo del ala en las esquelas del periódico. Esta misma mañana, en el bar, alguien me pillo con las del Heraldo…y yo ni cuenta me había dado de que al ojearlo me había quedado parado unos segundos más en esa página que en las otras. También he visto al ala amenazar sin cumplir la amenaza al instante, difiriendo la acción, con la seguridad bancaria de quien sabe que esa deuda no va a quedar pendiente, pero dejando respirar al interesado.
Durante la guerra, el ala de la muerte entra en un éxtasis orgiástico, reparte mamporros por doquier, gira con engranajes imprevisibles. Así es como la imagino, borracha, vomitando lo que come poco después de haberlo ingerido, metiéndose en callejones, indiferente, menos selectiva que en tiempo de paz, caprichosa, sin importarle perder plumas en las paredes de los callejones por los que se mete. A todo está dispuesta con tal de entrar en ambientes domésticos y poderse sentar a desayunar con las familias, con tal de colarse entre los visitantes de los hospitales, de acercarse a los colegios.
Pero, los niños, ay, los niños de la calle son capaces de jugar a pídola y volar sobre el precipicio, por encima de las lápidas. Yo fui niño sin guerra y seguramente menos desgraciado que la mayoría de los que aparecen en las fotos de Hardy, pero enseguida supe que el ala no respeta edades.
Photograph: Bert Hardy/Getty Images, Life of an East End Parson, 1940
La foto de Bert Hardy proviene de una galería de imágenes del fotógrafo inglés, al que la Photographers’ Gallery dedica una exposición a partir del próximo día cuatro, cuando se cumplen cien años de su nacimiento y dieciocho de su muerte.
He aquí algunas otras fotos suyas con niños ( Fuente, Fuente):
Bert Hardy, Life of an East End Parson, November 23rd, 1940
Bert Hardy, The Gorbals Boys, 1948
Bert Hardy, Tiger Bay, Cardiff, 1950
Bert Hardy, Cockney Life at The Elephant and Castle, 1949
Bert Hardy, Millions Like Her, Betty Burden, A Shopgirl, Birmingham, 1951
Bert Hardy, The Combined Fleets Ashore, Gilbratar, 1954
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