Venida directamente desde Madrid, en Tudela se puede visitar la exposición sobre los 100 años de historia de la E.O.I., ese extraño organismo, sin parangón entre los centros escolares públicos de la Unión Europea, a mitad de camino entre servicio social y centro educativo, y que podría depender de cualquiera de los ministerios que se ocupan de esas cosas; un sitio al que la mayoría acude porque quiere y porque cuesta poco, porque lo que obtiene de él, en cuanto aprendizaje, suele compensar lo que se exige a cambio. Un tipo de centro que es centro escolar para los más jóvenes y centro de día para los mayores y cuya titulación sirve de poco, por lo menos en el ámbito público. Sí, somos útiles cuando nuestros certificados de nivel se presentan al lado de títulos de mayor importancia, pero solos no somos nadie, no somos necesarios.
Por mi parte, que así sea, prefiero estar más del lado del ocio que del negocio, del capricho o el gusto que de la obligación, de la voluntad que de la necesidad, del feliz sueño de hablar otras lenguas con el mayor número posible de palabras, de matices, de expresiones, de referencias, que del lado de las pesadillas en las que aparece el Prof. Maurer y su objetivo militar, la conquista de la colina de las mil palabras, también conocida como la colina del espejismo de la mera utilidad, del mero rudimento, la llave inglesa o el martillo y nada más... Bueno, tampoco hay que pasarse, quizá también eso sea necesario, que quien quiera poco pueda obtenerlo, aunque, cuando los objetivos son enclenques, la ganancia suela ser magra.
Pero aquellos que prefieran una caja de herramientas bien abastecida, con instrumentos más precisos, destornilladores de estrellas, gubias para modelar la realidad, pinceles de marta cibelina para pintarla de colores, ojalá que puedan venir a nuestras clases, se sientan a gusto y sigan pagando precios razonables.
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