A Dewey las conversaciones conscientemente desenfadadas de los testigos, mientras esperaban el comienzo de lo que uno de ellos denominó "el festejo", se le antojaban desconcertantes.
- He oído que les van a dejar jugarse a la pajita más corta quién sube primero. IO echar una moneda al aire. Pero Smith dice que por qué no lo hacen por orden alfabético. Supongo que porque la S va detrás de la H. ¡Ja!
- ¿Ha leído en el periódico de la tarde lo que han pedido como última cena? El mismo menú, gambas, patatas fritas, pan de ajo. helado y fresas con nata. Creo que Smith apenas la ha probado.
(Truman Capote, A sangre fría, Anagrama, Biblioteca Anagrama, 2009, 427)
Tienen algo de perversamente macabro las reconstrucciones que el fotógrafo Henry Hargreaves ha hecho de las últimas comidas de condenados a muerte, pero al tiempo despiertan una inevitable curiosidad por uno de los actos, el comer, que más pistas dan sobre cómo afronta una persona las situaciones extremas. Ante la angustia, hay a quien se le cierra el estómago y por la noche le rechinan los dientes (bruxismo), pero también hay a quien se le abre el apetito desmedidamente. Los angustiados pueden estar muy flacos o muy gordos, según vivan la estrechez de sus preocupaciones. Un divorcio, por poner un ejemplo frecuente, te puede aficionar a las chuches y helados o dejarte en los huesos. Es frecuente que en las pelis , antes o después de un crimen, los gánsteres se hinchen a pasta, si son italianos. Lo he vuelto a ver hace poco en Uno de los nuestros. Hasta se llevan con ellos el cuchillo del pan que ha empleado poco antes para acabar de trocear a la víctima que tienen escondida en el maletero. Eso por no hablar de parentescos estrechos entre darle al diente y suicidarse, como ocurre en La grande bouffe, donde Piccoli, diábetico, se suicida a base de tartas bestiales.
Al parecer, en los Estados Unidos, los condenados pueden elegir a la carta su último menú, una prerrogativa de la que no todos hacen uso. Una cita ineludible con la de la guadaña, y más si es estando bien de salud, pero con las horas contadas antes de ir al patíbulo, debe dar mucha hambre o muy pocas ganas de comer.
(Fuente de las fotos)
(FOTO CATERS/IBERPRESS)
Ronnie Lee Gardner, 49 años, Utah, secuestro, robo y homicidio de dos personas. Murió fusilado el 18 junio de 2010. Para su última comida, pidió langosta, filete, tarta de manzana y helado de vainilla. Se lo comió todo mientras veía la trilogía del Señor de los anillos.
Victor Feguer, 28 años, Florida, acusado de secuestro y homicidio. Murió a causa de una inyección letal el 15 de marzo de 1963. Antes de su ejecución pidió una aceituna con hueso.
Allen Lee ''tiny'' Davis, 54 años, Florida, acusado del homicidio de tres personas. Muerto el 8 de junio de 1999 en la silla eléctrica. Su última comida fueron colas de langosta, patatas fritas, gambas fritas, almeja fritas y pan de ajo.
Ted Bundy, 43 años, Florida, acusado de agresión sexual, necrofilia, intento de fuga de la cárcel y homicidio de 35 personas. Murió en la silla eléctrica el 24 de enero de1989. Se negó a elegir su última comida a la carta y comió huevos, filete, pan con mantequilla, leche e zumo de fruta.
Ángel Nieves Díaz, 55 años, Florida, homicidio, secuestro e robo a mano armada. Murió el 13 de diciembre de 2006 por una inyección letal. Rechazó la prerrogativa de elegir su última comida y también el rancho que le ofrecieron.
John Wayne Gacy, 52 años, Illinois, agresión sexual y homicidio de 33 personas. Muerto por inyección letal el 10 mayo de 1994. Comió por última vez pollo frito, patatas fritas e fresas. Antes de ser juzgado había dirigido tres restaurantes Kentucky Fried Chicken.
Stephen Anderson, 49 años, California, robo, agresión, huida de la cárcel y homicidio de siete personas. Su última comida consistió en dos tostadas de queso, un plato di queso cottage, rábanos y maíz, tarta de melocotón y helado de chocolate.
Ricky Ray Ractor, 42 años, Arkansas, dos homicidios. Muerto por inyección letal el 24 de enero de 1992. Antes de morir comió un filete con patatas fritas, tarta de nueces y zumo de cereza. Se dejó la tarta diciendo che se la iba a comer después.
Timothy McVeigh, 33 años, Indiana, acusado de diversos homicidios, Oklahoma City. Muerto el 11 junio 2001 por inyección letal. Su última comida fue un cuenco de helado de menta con trocitos de chocolate.
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