Foto: A. Guerrero |
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"Eres mucho menos severa con el nacionalismo que yo. Admito que yo apenas le veo bondades, aun cuando se limite a celebrar los logros del grupo nacional. Cuando las naciones no se están definiendo a ellas mismas en términos de nacimientos o antepasados comunes ("nación" viene de nascor, "nacer"), lo cual en la práctica ha equivalido a definirse racialmente, lo que hacen es basar su reivindicación de la identidad común en alguna cualidad negativa (los islandeses no somos daneses, los paquistaníes no somos indios, etcétera)". (J.M. Coetzee, Arabella Kurtz, El buen relato, Random House, 2015, )
En términos freudianos las banderas nacionales estarían en relación con una especie de superyó colectivo, en la medida en que simbolizan una imagen propia ideal, compuesta por conductas y valores que se quieren compartidos por una colectividad. Los escudos, símbolos o emblemas nacionales que a menudo hacen parte de ellas serían la versión icónico narrativa (referencias a acontecimientos históricos ejemplares, a elementos inherentes al país -aunque de vez en cuando se cuele una punta del iceberg que es el ello) de lo que los colores simbolizan. Resulta curioso que el über del polémico lema Deutschland, Deutschland über alles, parte durante tiempo de la letra del himno alemán, sea el mismo über que aparece en el término freudiano original para superyó, Über-Ich, por encima del yo. Por encima del nosotros si lo aplicamos al colectivo. La verdad es que tanto über parce evocar el dicho español dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Para quien cree en una bandera, resulta sorprendente, cuando no ofensivo, que otros se muestren indiferentes ante ella, en particular si los espectadores son de la misma nacionalidad. Pero con las banderas ocurre como con la autoridad del profesor, que para muchos tiene una dudosa legitimidad que no empieza a ser aceptada hasta que es ganada a pulso. Las resistencias del ciudadano de a pie a aceptar los ideales comunes que encarna la enseña nacional pueden provenir del superyó narcisista que a menudo incorpora el estandarte, acrítico, fanático, diríamos, como cuando yo hice la mili, y/o pueden provenir del contraste entre la realidad circundante y los valores representados. Así ocurre con las intervenidas banderas expuestas, que no serían sino un espejo más veraz de la realidad, mientras que las auténticas enseñas nacionales serían un espejo distorsionado. Las modificaciones críticas o por lo menos irónicas que presentamos servirían para bajar los humos a las banderas, al superyó al que tanto gustan los golpes de pecho y el vello erizado (sic). La banderas son, en efecto, como acertó a evocar el espléndido verso de JRJ, el símbolo más ligero, pero más preñado de significado que pueda existir: ¡Vana en el aire, igual que una bandera!. Por eso, basta un toque, un color que se extiende para que se pierda su plenitud de pies de barro.
No hace falta decir que al representar la bandera un ideal, el yo del correspondiente ciudadano no puede dejar de sentirse inquieto, no puede dejar de verla como una posible amenaza para su libertad. Para que una bandera, entendida como un buen superyó equilibrado, pueda funcionar como acicate hacia el bien común debe responder a un comportamiento modélico, por lo menos del sector público, de sus súbditos, un comportamiento que podríamos decir acorde al imperativo categórico kantiano, ese según el cual las acciones deben estar guiadas «...según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal. Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza». Si el ciudadano atraviesa esa resistencia, entonces, emergerá al otro lado de ella un patriotismo capaz de mirar y entender qué es lo que se ha dejado atrás, el propio egoísmo. Lo malo entonces será que, en último término, la única bandera legítima que acatemos llegará lógicamente a ser la misma para todos, esa que no se acaba de encarnar del todo en ninguna de las existentes, la de la justicia, la fraternidad, la igualdad. A menos que esté sueño de la razón no oculte una pesadilla totalitaria, cosa probable, las otras banderas irán a parar a un museo, el de las inútiles diferencias, con sede todavía por determinar. Pero, no, basta salir por la mañana y comprar un periódico, aunque cada vez sean menos de fiar, para darse cuenta de que malditas sean la circunstancias, que lo complican todo, maldita sea la prensa que airea la suciedad, malditas sean las noticias que nos recuerdan cuán vana es una bandera al viento.
Fotos de la exposición (clica sobre sobre el enlace a la noticia original para poder leerla):
Alemania
Enlace a la noticia original de La Vanguardia
Diseño: Javier Blasco
Somalia
Diseño: Saioa Valero
Canadá
Diseño: Adur González de Apellániz
Corea del Norte
Diseño: Saioa Valero
China
Diseño: Carla Ochoa
Turquía
Diseño: Adur González de Apellániz
Argentina
Diseño: Carla Ochoa
Siria
Diseño: Javier Blasco
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