Qué manera de subir y bajar de las nubes,/ ¡qué viva mi
Atleti de Madrid! (…)/ Paseo de los melancólicos,/ Manzanares cuánto te quiero.
(…)/ Ni merengues ni marrones,/ a mí me gustan las rayas canallas de los
colchones. (J. Sabina)
El alto valor simbólico de la bufanda, quizá solo
comparable, entre los accesorios de vestuario, con el de la gorra y la corbata,
queda patente durante las rebajas, en las que todo lo relacionado con él casi no tiene descuentos. El cuello
envuelto en fulares es indicio de un plus de
gusto, de refinamiento, expresión del deseo de distanciamiento con respecto a
los que no se cuidan, a los que por no tener no tienen ni un mundo propio que proteger. Y es
que a menudo se le reservan los mejores tejidos, la seda, el cachemir y las
combinaciones de color más expresivas, los estampados más audaces. Tiene, pues,
la bufanda la virtud de concentrar, como pocas prendas, mensajes lanzados al
mundo y al interior de quien la porta, nos afirma ante los otros y ante
nosotros mismos.
La bufanda de la foto, como los perros de mármol o piedra de
las esculturas medievales, evoca la fidelidad, la
constancia, la perseverancia del hincha en el afecto por su equipo. Los perros
y las bufandas, cuando están contentos, saltan al cuello, tienden a rozarnos
con sus fauces, con la suavidad del tejido, pero, cuando están tristes o
cansados, caen al suelo o se tienden a nuestros pies, y a veces nos hacen
tropezar en la verdad de que estamos sólo de paso por el Paseo de los
melancólicos.
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