lunes, 14 de marzo de 2016

Reedición de Azúas (¡Ave Félix!). Al hilo de la actualidad académica: 1. Aunque si de mí dependiera. Fomento de la confusión lectora; 2. Cruce de citas: El mudéjar aragonés y Gaudí, pasando de lejos por Brunelleschi y resumido por Azúa; 3. Azúa, Felix de, Autobiografía sin vida, Mondadori,2010; 4. F. de Azúa, dux del ingenio productivo.

1. Aunque si de mí dependiera. Fomento de la confusión lectora.

When I hold you in my arms (oh yes)
When I feel my finger on your trigger (oh yes)
I know nobody can do me no harm (J. Lennon)

“Aunque si de mí dependiera me limitaría a citar este verso: “Bajo el palio sonrosado de la luz crepuscular”, como uno de los mejores de Jaime Gil de Biedma, aunque es de César de Haro y lo cantaba Jorge Sepúlveda. Y este otro: “Reloj, detén tu camino/porque mi vida se apaga”, ¿no podría ser de Antonio Machado en lugar de de Los Panchos?

(Azúa, Félix de, Autobiografía de papel, Barcelona, Mondadori, 2013, p. 66)

2. Cruce de citas: El mudéjar aragonés y Gaudí, pasando de lejos por Brunelleschi y resumido por Azúa.

(Gaudí) “ …se veía a sí mismo como un artesano, no como un teórico. Decía, y sin duda tenía razón, que había aprendido las complejas curvaturas y estructuras de las membradas observando a su padre golpear el hierro y las láminas de cobre…Eso explica casi todo lo que es preciso saber para entender que Gaudí no fuera un arquitecto moderno, en el sentido de modernidad de Mies-Gropius-Le Corbusier. A diferencia de estos, incluso a diferencia de sus contemporáneos catalanes…pensaba en términos de espacio manual, no conceptual. Otros se dejaban guiar por la cuadrícula; a Gaudí no le servía para nada. Su obra madura no podía ni empezarse a imaginar a partir de un simple dibujo…A Gaudí no le gustaba dibujar, el dibujo no conservaba suficiente información sobre los complejos volúmenes y espacios huecos que tenia en la cabeza. Prefería hacer maquetas, de madera, de papel, de arcilla o con nabos recortados”. (Hughes, Robert, Barcelona la gran hechicera, Latitudes, National Geographic, 2005, p. 120-121. Trad. Esther Roig)

“Conviene recordar que las incomprendidas torres de ladrillo de Aragón se erigieron a raíz de un levantamiento de la albañilería contra la arquitectura, y el gusto de mirarlas se acrecienta – aunque, a decir verdad, a costa de hacerse algo bastardo- imaginando la rabia  y el horror que le producirían al pétreo y aplastante Buonarroti” (Sánchez Ferlosio, Rafael, Vendrán más años malos y nos harán más ciegos, Ed. Destino, 2001, p. 17)

“Brunelleschi es el primero en pensar la arquitectura como espacio, o sea como la manifestación  -la única posible- de una ley constructiva del universo que solo puede revelársele al hombre, ya que el hombre está dotado de razón, y dicha ley, que no es otra que la ley divina de la creación (la “divina proporción”), es racional por excelencia” (Argan, Giulio Carlo, Brunelleschi, Xarait ediciones, 1981, p. 97. Trad. carlos Martí Arís

“Las artes eran oficios practicados por artesanos como los escultores en piedra, los pintores…, pero también los pescadores, o los carpinteros, sastres, zapateros. Si lo que llamamos “artes” se llamaba en Greciatécne y en Roma ars, ello es debido a que la separación entre técnicas y artes obedece tan solo a una exploración desarrollada a lo largo de los dos últimos siglos, pero ni antes se diferenciaron ni parece que vayan a seguir diferenciándose mucho tiempo más. Nada, en su esencia, separa a las artes de las técnicas” (Azúa, F. de, Diccionario de las Artes, Anagrama, 2002, p. 56)


...El libro de F. de Azúa es un magnífico intento de narrar una vida sin recurrir apenas a la peripecia personal, al anecdotario privado. Las fases de la vida del autor, sus sentimientos predominantes, se nos presentan a través de lo que pasa a convertirse en su trasunto histórico artístico, en un difícil pero conseguido equilibrio entre lo intimo y lo colectivo, entre la influencia recibida en tanto que miembro de una generación y la lectura singular del mundo. Y todo ello, la historia del arte y la vida misma del autor, entendido como una elegía de la inocencia irremisiblemente perdida y apenas reencontrada en fragmentos casuales que se cruzan inesperadamente por el camino. Pero de esas experiencias dice preferir hacer tesoro silencioso el narrador en una especie de invitación al silencio y al goce callado.

4.  F. De Azúa, dux del ingenio productivo.

Félix de Azúa decía hace poco que se iba a jubilar para poder trabajar sin distracciones. A mí lo que más me gusta de este poeta, novelista, ensayista, profesor, gestor cultural, articulista, bloguero son sus gracias. Los libros de humor puro, como los programas televisivos de humor, me resultan muy difíciles de soportar.
A menos que su autor sea uno de los pocos genios del género que ha dado la humanidad o que se trate de obras muy breves, lo que empieza por hacernos reír acaba mortificándonos. Será quizá, porque el humor, como todo lo intenso, necesita de mucho paréntesis reestablecedor de la calma. Azúa es un maestro en estas cuestiones.
Dos de los libros con los que más me he reído son suyos. Uno es el Diccionario de las Artes (Barcelona, Anagrama, 2002. La edición original, de 1995, pertenecía a la colección Diccionarios de autor, de Planeta) y otro, que es el que aquí nos interesa, Venecia de Casanova (Venecia de Casanova, Barcelona, Planeta, 1990). De ninguno de los dos recuerdo apenas nada, salvo las risotadas que me produjeron. De otras obras suyas que he leído, como Las lecciones suspendidas o Historia de un idiota contada por él mismo no recuerdo nada de nada.
En Historia de un idiota contada por él mismo (Barcelona, RBA, 1994. la primera ed. es de 1986) , según M. Sarrión, “hay páginas desternillantes” sobre el grupo de los novísimos (Martínez Sarrión, Antonio, Jazz y días de lluvia, Madrid, Alfaguara, 2002, p., 62). Yo no las recuerdo.
Como articulista, Azúa es muy brillante. Buena prueba son las Tribunas de El País. La última, al hilo de la exposición que se celebró en el Prado  (El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte), era estupenda:
Alguna de las voces del Diccionario de las Artes es ejemplo de lo lejos que puede llegar el ingenio culto productivo mezclado a la ironía a la hora de enseñar cultivando. El libro sobre Venecia tampoco tiene desperdicio. La tendencia de Azúa a vacilar cuando lo que está tratando le provoca distanciamiento por falta de fe o desilusión hace que el discurso adquiera un tono cómico admirable. Seguramente, el fragmento que he escogido no les haga ninguna gracia, pero les aseguro que los hay mejores, aunque, por otro lado, a mí me resulta que este no está nada mal.

El volumen hacía parte de una magnífica colección de monografías dedicadas a momentos históricos de algunas grandes capitales europeas:
Mancha que limpia: muchos de los ejemplares de esta colección, Ciudades en la Historia, acabaron siendo saldados en grandes almacenes. 


He aquí el fragmento sobre los cafés venecianos y el Florian:
Azúa, op. cit., 113-14.

Papa terminar, reproduzco dos estampas que retratan a Azúa como príncipe del ingenio, de esa chispa inteligente que a J. A. Marina le cuesta concebir como verdaderamente productiva.

1994- Marzo:
Pániker, Salvador, Cuaderno amarillo, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, p., 210-11.


José María Caballero Bonald habla de su primer viaje a Barcelona a finales de los años 50. En un momento dado trata sobre sus contactos con los jefes de Seix Barral. Azúa, nacido en 1944 ya prometía. Quizá no tuvo buen señor poético.

Caballero Bonald, José Manuel, La costumbre de vivir, La novela de la memoria II, Madrid, Alfaguara, 2001, p., 195-196.


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