When I hold you in my arms (oh yes)
When I feel my finger on your trigger (oh yes)
I know nobody can do me no harm (J. Lennon)
When I feel my finger on your trigger (oh yes)
I know nobody can do me no harm (J. Lennon)
“Aunque si de mí dependiera me limitaría a citar este verso:
“Bajo el palio sonrosado
de la luz crepuscular”, como uno de los mejores de Jaime Gil de Biedma,
aunque es de César de Haro y lo cantaba Jorge Sepúlveda. Y este otro: “Reloj, detén tu camino/porque
mi vida se apaga”, ¿no podría ser de Antonio Machado en lugar de de Los
Panchos?
(Azúa, Félix de, Autobiografía de papel, Barcelona,
Mondadori, 2013, p. 66)
2. Cruce
de citas: El mudéjar aragonés y Gaudí, pasando de lejos por Brunelleschi y
resumido por Azúa.
(Gaudí) “ …se veía a sí mismo como un
artesano, no como un teórico. Decía, y sin duda tenía razón, que había
aprendido las complejas curvaturas y estructuras de las membradas observando a
su padre golpear el hierro y las láminas de cobre…Eso explica casi todo lo que
es preciso saber para entender que Gaudí no fuera un arquitecto moderno, en
el sentido de modernidad de Mies-Gropius-Le Corbusier. A diferencia
de estos, incluso a diferencia de sus contemporáneos catalanes…pensaba en
términos de espacio manual, no conceptual. Otros se dejaban guiar por la
cuadrícula; a Gaudí no le servía para nada. Su obra madura no podía ni
empezarse a imaginar a partir de un simple dibujo…A Gaudí no le gustaba
dibujar, el dibujo no conservaba suficiente información sobre los complejos
volúmenes y espacios huecos que tenia en la cabeza. Prefería hacer maquetas, de
madera, de papel, de arcilla o con nabos recortados”. (Hughes, Robert, Barcelona
la gran hechicera, Latitudes, National Geographic, 2005, p. 120-121. Trad.
Esther Roig)
“Conviene
recordar que las incomprendidas torres de ladrillo de Aragón se erigieron a
raíz de un levantamiento de la albañilería contra la arquitectura, y el gusto
de mirarlas se acrecienta – aunque, a decir verdad, a costa de hacerse algo
bastardo- imaginando la rabia y el horror que le producirían al pétreo y
aplastante Buonarroti” (Sánchez Ferlosio, Rafael, Vendrán más años malos y nos
harán más ciegos, Ed. Destino, 2001, p. 17)
“Brunelleschi es el primero en pensar la
arquitectura como espacio, o sea como la manifestación -la única posible-
de una ley constructiva del universo que solo puede revelársele al hombre, ya
que el hombre está dotado de razón, y dicha ley, que no es otra que la ley
divina de la creación (la “divina proporción”), es racional por excelencia”
(Argan, Giulio Carlo, Brunelleschi, Xarait ediciones, 1981, p. 97. Trad. carlos
Martí Arís
“Las artes eran oficios practicados por
artesanos como los escultores en piedra, los pintores…, pero también los
pescadores, o los carpinteros, sastres, zapateros. Si lo que llamamos “artes”
se llamaba en Greciatécne y en Roma ars, ello es debido a que la
separación entre técnicas y artes obedece tan solo a una exploración
desarrollada a lo largo de los dos últimos siglos, pero ni antes se
diferenciaron ni parece que vayan a seguir diferenciándose mucho tiempo más.
Nada, en su esencia, separa a las artes de las técnicas” (Azúa, F. de, Diccionario
de las Artes, Anagrama, 2002, p. 56)
...El libro de F. de Azúa es un magnífico
intento de narrar una vida sin recurrir apenas a la peripecia personal, al
anecdotario privado. Las fases de la vida del autor, sus sentimientos
predominantes, se nos presentan a través de lo que pasa a convertirse en su
trasunto histórico artístico, en un difícil pero conseguido equilibrio entre lo
intimo y lo colectivo, entre la influencia recibida en tanto que miembro de una
generación y la lectura singular del mundo. Y todo ello, la historia del arte y
la vida misma del autor, entendido como una elegía de la inocencia
irremisiblemente perdida y apenas reencontrada en fragmentos casuales que se
cruzan inesperadamente por el camino. Pero de esas experiencias dice preferir
hacer tesoro silencioso el narrador en una especie de invitación al silencio y
al goce callado.
4. F.
De Azúa, dux del ingenio productivo.
Félix de Azúa decía hace poco que se iba a jubilar para
poder trabajar sin distracciones. A mí lo que más me gusta de este poeta,
novelista, ensayista, profesor, gestor cultural, articulista, bloguero son
sus gracias. Los libros de humor puro, como los programas televisivos de humor,
me resultan muy difíciles de soportar.
A
menos que su autor sea uno de los pocos genios del género que ha dado la
humanidad o que se trate de obras muy breves, lo que empieza por hacernos reír
acaba mortificándonos. Será quizá, porque el humor, como todo lo intenso, necesita de mucho paréntesis reestablecedor de la calma. Azúa es un maestro en
estas cuestiones.
Dos
de los libros con los que más me he reído son suyos. Uno es el Diccionario de
las Artes (Barcelona, Anagrama, 2002. La edición original, de 1995, pertenecía a la colección Diccionarios de autor, de Planeta) y otro, que es el que aquí nos interesa, Venecia de
Casanova (Venecia
de Casanova, Barcelona, Planeta, 1990). De ninguno de los dos recuerdo apenas nada, salvo las risotadas que
me produjeron. De otras obras suyas que he leído, como Las lecciones suspendidas
o Historia de un idiota contada por él mismo no recuerdo nada de nada.
En Historia
de un idiota contada por él mismo (Barcelona, RBA, 1994. la primera ed. es de
1986) , según M. Sarrión, “hay páginas desternillantes” sobre el
grupo de los novísimos (Martínez Sarrión, Antonio, Jazz y días de lluvia,
Madrid, Alfaguara, 2002, p., 62). Yo no las recuerdo.
Como articulista, Azúa es muy brillante. Buena prueba son las
Tribunas de El País. La
última, al hilo de la exposición que se celebró en el Prado (El arte del poder. La Real Armería y el retrato de corte),
era estupenda:
Alguna de las voces del Diccionario de las Artes es
ejemplo de lo lejos que puede llegar el ingenio culto productivo mezclado a la
ironía a la hora de enseñar cultivando. El libro sobre Venecia tampoco tiene
desperdicio. La tendencia de Azúa a vacilar cuando lo que está tratando le
provoca distanciamiento por falta de fe o desilusión hace que el discurso
adquiera un tono cómico admirable. Seguramente, el fragmento que he escogido no
les haga ninguna gracia, pero les aseguro que los hay mejores, aunque, por otro
lado, a mí me resulta que este no está nada mal.
El volumen hacía parte de una magnífica colección de
monografías dedicadas a momentos históricos de algunas grandes capitales
europeas:
Mancha que limpia: muchos de los ejemplares de esta
colección, Ciudades en la Historia, acabaron siendo saldados en grandes
almacenes.
He aquí el fragmento sobre los cafés venecianos y el
Florian:
Azúa, op. cit., 113-14.
Papa terminar, reproduzco dos estampas que retratan a Azúa
como príncipe del ingenio, de esa chispa inteligente que a J. A. Marina le
cuesta concebir como verdaderamente productiva.
1994- Marzo:
Pániker,
Salvador, Cuaderno amarillo, Barcelona, Plaza y Janés, 2000, p., 210-11.
José María Caballero Bonald habla de su primer viaje a Barcelona
a finales de los años 50. En un momento dado trata sobre sus contactos con los
jefes de Seix Barral. Azúa, nacido en 1944 ya prometía. Quizá no tuvo buen
señor poético.
Caballero
Bonald, José Manuel, La costumbre de vivir, La novela de la memoria II,
Madrid, Alfaguara, 2001, p., 195-196.
No hay comentarios:
Publicar un comentario