Veo las fotos del hielo de Marte, que empieza derretirse con
la llegada de la primavera, y pienso que lo llaman hielo por llamarlo de alguna
manera y que hablan de primavera por decir algo. Después, veo que hablan de
hielo seco (anhídrido carbónico) y me quedo algo más tranquilo, porque lo que tiene de incomprensible para mí el nombre científico y el oxímoron me hacen definitivamente inasequibles los términos. Pero, al poco, vuelven a utilizar otros que
entiendo algo mejor, como colinas, rocas, arenas, e insisten por esa vía,
apropiándose de una primavera que no es nuestra. Dicen que el año marciano
dura 687 días y por tanto, pienso, allí todavía no habrán abierto las piscinas
cuando aquí estemos en otoño. Esto último me complace un poco, pero desconozco el motivo. Tiene la primavera sus locuras. Basta una de sus horas para
enamorarse. Doscientos veintidós días marcianos dan para mucho, pero los noventa terrestres también.
Volviendo a la cosa científica, creo que las versiones vulgares de la ciencia más que aclarar las cosas
las ensombrecen. Decimos los legos como yo hielo seco, anhídrido carbónico, y creemos que por saber decirlo entendemos algo. Menos mal que no hace falta entender, que esta maravilla que hoy empieza no necesita explicaciones, que todo lo que se diga resta, hasta incluso el susurro Luis de León:
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
Si allá en Marte el hielo se derrite, en un escaparate un maniquí se descalza:
Precioso canto a la primavera.
ResponderEliminarGRACIAS
Precioso canto a la primavera.
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