¿Quién me dijera, cuando las pasadas
horas qu’en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
horas qu’en tanto bien por vos me vía,
que me habiades de ser en algún día
con tan grave dolor representadas?
Pues en una hora junto me llevastes
todo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
si no, sospecharé que me pusistestodo el bien que por términos me distes,
lleváme junto el mal que me dejastes;
en tantos bienes porque deseastes
verme morir entre memorias tristes (Garcilaso de la Vega)
verme morir entre memorias tristes (Garcilaso de la Vega)
"Sucedió lo mismo que había pasado con sus colegas
parisienses hacia la misma época: empezaron como profesores, fundaron
editoriales, divulgaron una especie de poética neoaristotélica o neorretórica,
vieron cómo esa disciplina perdía adeptos, y acabaron escribiendo novelas de
escasa calidad: ahí está el caso de Philippe Sollers para darse cuenta de que
el fenómeno alcanzó a más de un país en nuestro continente.
Y es que la figura del intelectual, en los tres últimos
siglos, ha conocido unas transformaciones sorprendentes. Eco ya no tenía nada
que ver ni con Pascal ni con Spinoza, que aún fueron hombres de scriptorium; tampoco
se pareció a los grandes ilustrados, como los sabios Bayle, D’Alembert o
Diderot, capaces de dedicar toda su vida y sus escasos recursos a editar
enciclopedias fastuosas; no se comprometió con las más apremiantes cuestiones
políticas de su tiempo salvo para mostrarse como un pensador liberal —pero
menos que Russell o Berlin, por ejemplo—; ni poseyó, por fin, el perfil de un
Voltaire, un Victor Hugo, un Zola o un Jean-Paul Sartre, dispuestos a aceptar
el exilio interior y exterior o de subirse a un bidón de gasolina para azuzar
la conciencia de la clase obrera en una fábrica de automóviles". Jordi Llovet, El nuevo intelectual
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