Durante su estancia bajo tierra, Miguel Ángel pinta en las paredes al carboncillo unos graffiti en los que se replantea algunas de sus obras, proyecta otras, revive imágenes vistas en los años pasados y quizá se autorretrata. Piensa sobre todo en su David, el joven y algo y todavía desmañado adolescente que con el arma del ingenio ha conseguido derrotar a la fuerza bruta del gigante.
No es que se vaya a poder entrar en esta cueva de los sueños, que fueron descubiertos en 1975 durante unos trabajos de reforma, pero al menos se podrá hacer una visita virtual que completa el amplio recorrido por la obra del artista que permite la visita a Florencia.
Lo esencial del garbeo florentino por las obras de Miguel Ángel hasta ahora era ir a la Galleria dell’Accademia -creo que entre los cinco o seis museos más visitados en Italia, con lo que eso significa- pasear por la Galleria de los Uffizi, y bajar a la Sacristía Nueva después de haber recorrido las escaleras de la Biblioteca laurenziana. Volver a casa sabiendo que a pocos pasos había unos grafitti más íntimos, hechos en batín por el genio, como si a Beethoven le hubieran grabado silbando en su casa, tenía su punto. Lo contrario, ir a Florencia unicamente para pasar un rato en la celda de Miguel Ángel, también lo hubiera tenido. Ni se podrá ni se podrá hacer tal cosa. Bien está. Todo sea por la integridad de las obras. Contentémonos con la visita virtual in situ, que, por cierto, no pienso hacer, y con las magníficas fotos que publica Repubblica, que no me canso de mirar.
(Fuente de las imágenes) (Foto Cge Fotogiornalismo)
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