Las apariciones de las celebridades del mundo del espectáculo en el mundo globalizado de la información dejaron de ser el equivalente de las apariciones de los seres divinos en la civilización predigital. A fuerza de insistir, los dioses menores desgastaron el efecto que producía su visión durante unos instantes en los mortales. A veces, sin embargo, ese efecto milagroso se renueva a través de fotos de la infancia virgen de los héroes, o de los testimonios de sus pasadas reencarnaciones, cuando fueron simples mortales que trabajaban, qué se yo, en una cafetería o asistían a reuniones vecinales.
El verdadero relevo de las apariciones milagrosas lo han tomado la pilladas, esas fotos en las que a un famoso de primer orden, habiéndose confabulado otros dioses en su contra y a veces con cierta negligencia por parte de la deidad misma que es pillada, se le ve o se adivina algo de ese cuerpo que los demás mortales intuimos distinto del nuestro. Por fin, vemos la verdad, lo otro, eso que renueva los sueños y los deseos del primer día de la creación.
Eva Longoria acaba de ser víctima en Cannes de su modisto, la lluvia, los tacones, el bolso de fiesta, los guardaespaldas…, demasiado, hasta para una diva. Lástima que los media, como hacía la iglesia a la hora de gestionar las apariciones milagrosas, se lo queden para ellos solos.
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