Rubalcaba cayó por fin del guindo y la dirección federal del PSOE ordenó a Samuel Folgueral, el nuevo alcalde de Ponferrada, que renuncie al puesto hasta que Ismael Álvarez, su aliado en la moción de censura que ha provocado el cambio en la alcaldía, no abandone la política. Hoy mismo, el nuevo alcalde ha renunciado a la militancia socialista para quedarse con el sillón. Un gesto a la altura del pacto que había cerrado con quien en su día fue condenado por acoso a Nevenka Fernández.
Supongo que el PSOE, cuando accedió al poder después de la muerte de Franco, se encontró con muchos puestos que ocupar para los pocos militantes con pedrigrí de que disponía. Debió de hacer como quien frecuenta las salas de baile para cuarentones singles, pillar cacho como fuera, por activa o por pasiva. Quizá, alguien pensó que lo más importante era ocupar los sillones, hacerse con el poder y después ocuparse de dar o recibir unos cursillos ad hoc. Lo comido por lo servido. Total, la alforja ideológica iba quedando tan vacía que para cuatro nociones light de socialdemocracia bastaban un par de fines de semana. Los listos electorales florecieron como hongos, sobre todo en los ayuntamientos, donde la larga mano del control central es más difícil de ejercer. Eran profesionales de prestigio, emprendedores, sobrinos o primos. Nadie mejor que ellos conocía la problemática local.
Mientras tanto, no iba quedando nada de aquellos inoportunos maximalismos de los años ochenta, de aquellas izquierdas socialistas que llegaron a dar guerra. El corpus marxista, hasta como herramienta de análisis, fue laminado en los propios congresos del partido (léase a este respecto la dramatización novelada que hizo Belén Gopegui de la cuestión en Acceso no autorizado, Mondadori, 2011), y, una vez que la empresa empezó a funcionar, ya se sabe lo que ocurrió, que lo más importante pasó a ser la gestión de empresa y el beneficio personal de los empleados, los cargos, quería decir. Los listos electorales camparon y siguen campando por sus respetos.
El affair Nevenka, nombre de la víctima de acoso sexual, reúne todo lo peor de la política de estos últimos años, el perfil del acosador, el cortoplacismo de los partidos, su dependencia de los medios de comunicación, la falta de formación política (en el mejor sentido del término, aquel que está ligado al objetivo de un bien común universalizable) de tantos militantes. Todo huele a rancio y quizá lo ocurrido ahora guarde alguna relación con la poca credibilidad que algunos concedieron a Nevenka Fernández en su momento. J.J. Millás, en el libro reportaje que escribió sobre el caso (Hay algo que no es como dicen, el caso de Nevenka Fernández contra la realidad, Aguilar, 2004), recuerda la actitud del fiscal durante el juicio:
Cuando llegó el turno del fiscal, J. L. García Ancos, el juicio adquirió un derrotero imprevisible al tratar éste a la acusada con una dureza tal que el juez hubo de llamarle al orden., recordándole que Nevenka Fernández no se encontraba allí en calidad de acusada, sino de víctima. pese a este requerimiento, el fiscal, lejos de abandonar su tono agresivo, pronunció la frase que ocuparía al día siguiente los titulares en toda la prensa nacional:Malos precedentes, mala gestación, mala gestión y seguramente muy mala digestión.
- ¿Por qué usted, que ha pasado este calvario, este sufrimiento, que se le han saltado las lágrimas, por qué usted que no es una empleada de Hipercor que le tocan el trasero y que tiene que aguantar por el pan de sus hijos, por qué usted aguantó?
Sorprendentemente , el juicio no fue suspendido en ese mismo instante, por lo que Nevenka, acosada ahora también por la justicia, respondió con expresión de terror:
- No quería irme porque quedaría la imagen de que había hecho algo malo (p. 109).
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