1969. Venise d’automne, épouillée de turistes …c’est la moins frivole. Venise de printemps, quand son pavement commence à suer et que le Campanile se reflète dans le lac de la Place Saint-Marc. Venice d’hiver, celle de la temperatura rigida , du congelamento…Quant à la Venise d’été, c’est la pire…(Morand, Paul, Venises, Gallimard, 1971, p. 196)
Vi hace ya muchos años la gran exposición sobre la Secesión vienesa que creo recordar se celebró en el palacio Gassi. Era como entrar en un sueño vegetal, en un acogedor laberinto de dorados, lleno de sensualidad, pero al mismo tiempo de amueblado y cálido ambiente doméstico, hasta el punto de que parecía que habías salido del mundo exterior para meterte en otro universo de inquietante belleza, casi tanta como la de los canales dejados atrás. Digo inquietante, porque junto al orden y rigor de las líneas, la Secesión está llena de sinuosidades en las que perderse, como si pudieras salir del cuarto de estar diseñado por Josef Hoffmann para entrar en el universo brillantemente turbio de las imágenes de Klimt. En fin, el ideal burgués, orden y rigor, y, al acabar los quehaceres productivos o familiares, selecta y licenciosa diversión.
De aquí a pocas horas, las salas del palacio Correr se llenará con obras de Klimt. Si uno tuviera que decir qué es lo que pinta Klimt, diría sin dudar que mujeres, pero mujeres que da la sensación de que más que retratadas son inventadas, que más que venir a encontrar en el lienzo una versión idealizada de sí mismas son proyectadas desde la tela hacia la realidad en busca de una improbable encarnación. Ese traje hecho de piel que buscaban los fantasmas de Klimt lo intentaron vestir, entre enigma y seducción, invitación y rechazo, las mujeres fatales, las actrices que como sibilas miraban al hombre diciéndole seré tuya, pero soy mía. Con el tiempo, se llamaron Theda Bara, P. Negri, M. Pickford o incluso M. Dietrich y G. Garbo. No sé si ellas encarnan un eterno femenino, no sé siquiera si tal cosa existe, pero sí sé que mirando la Judith o la Salomé de Klimt me reconozco en el misterio de la sensualidad, fruto del incierto cruce entre lo real y lo inventado.
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