Casi es mejor no entender lo que dice el periodista, aunque su presencia transmita la sensación de que se trata de un incómodo intruso que presencia una escena privada, un episodio como otros tantos de íntima y banal solidaridad. Antes de ver al otro perro que está junto al bidón el merodeo del épagneul bretón amplifica la desolación del paisaje, esa desolación cuyo origen hace estremecer y despierta un miedo pánico, el que debieron tener, los hombres primitivos ante el rayo, un terror a menudo demasiado arrinconado en la conciencia de los urbanitas.
Es fácil dotar a ese animal que parece desorientado, sumiso, pero con notable energía, de rasgos humanos, sentir su soledad como la de alguien que ha perdido todo y contempla los restos de lo que un día fue su demora, sin acabar de decidirse abandonarla. La presencia del animal adquiere incluso tintes metafísicos y hacer pensar en el perro de Goya, epítome de la condición humana. Después aparece el compañero y se tiene la sensación de que le bon chien está velándolo, como si no quisiera apartarse porque comprende que no volverá a olisquearlo, a perseguirlo ni a enfadarse con él. Hasta cuando el bretón acerca su hocico al que yace hace pensar que está oliendo algo ininteligible. Despué,s llegan las caricias y se entiende lo que pasa, que no quiere alejarse, que está guardando a su compañero.
No , no conviene antropomorfizar a los animales, atribuirles una inteligencia de la que carecen o una moral que les es completamente ajena. Pensar que son personas, buenas o malas, no es sino mistificar y reducir lo real a una escala que lo empobrece, pero desde luego resulta difícil no ver en este video una fábula positiva de cómo querríamos ser tratados, de cómo deberíamos tratar a los demás, del poder de la solidaridad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario