Hay complementos, prendas, conjuntos completos que imponen a quien los lleva, por ocio o negocio, una actitud, como si fueran una extensión de nuestras intenciones, una segunda piel, la guinda del pastel que queremos cocinar y sacar a la mesa. Y no me refiero a los disfraces de legionario, abeja maya o cuero negro con las nalgas al aire, sino al gore-tex abertzale -a veces combinado con el estilo Armani curil-, a la corbata ejecutiva o al coronel Tapioca del aventurero andarín urbano. Supongo que, en realidad, se junta el arte con la necesidad y quien se pone algunas de esas cosas debe intuir antes de cerrar la cremallera que pueden cambiar las tornas y, en lugar de maquearlo, quizá acabe él mismo siendo esclavo de ellas. Porque hay prendas que nos obedecen desde el principio, otras que acaban por ceder y algunas de las que no pasamos de ser siervos. Que los disfraces suelen ser sentidos como constrictivos lo prueba ese gesto que hacen quienes aflojan el nudo de la corbata como si de una soga al cuello se tratara, se liberan de los zapatos como de armaduras o se quitan la chaqueta como si a continuación fueran a entrar en el paraíso perdido. También lo prueba el desdén con el que algunas mujeres se deshacen temporalmente del bolso, cuya relación con la bolsa marsupial , desde un punto de vista evolucionista, acabará probando alguna universidad de Wisconsin o Wichita
Pero, quizá, las más interesante son las prendas que elegimos libremente, aunque eso sea mucho decir. Me refiero a las que nos ponemos para estar a gusto, ir de fiesta con amigos, tomar una cañita, o, en el caso de Beyoncé, asistir al reciente espectáculo All Stars Game de la NBA. Son el trasunto de una actitud desenfadada, la cara amable y bienintencionada que queremos que los demás nos vean, con una mezcla de comodidad, desenfado y esmero que se resume en el orgulloso eslogan “informal, pero arreglada”. Eso sí, cada uno con lo que le gusta y se puede permitir. Y Beyoncé, en cuestión de permisos anda forrada, como se puede ver en las instantáneas que reproduzco a continuación, todas ellas visibles en la página web del anterior enlace.
No sé a qué se puede parecer llevar un arnés de este jaez, un objeto de ese valor, semejantes borceguíes, bajos y sin cordones, o sea, mocasines de plataforma y tacón que da vértigo ajeno. Claro que el amor por lo teatral de la tribu que acompaña a la cantante no desentona en absoluto con ella. Quien ve un partido de baloncesto con gamas es que pertenece al mundo dove ogni dramma è un falso y un grupo tan conjuntado como para parecer un grupo de percusión de lujo sobre bidones y sartenes o el cuerpo de baile de un video clip barriobajero de lujo no puede estar compuesto más que por aquellos que con la mimica e il canto pueden convertirse en un altro. Queda para sus adentro en quién se convierten y como ven a los demás mortales. Si en los parques temáticos de atracciones alquilaran esos zapatos durante cinco minutos y se pudiera contratar una compañía como la que exhibe Beyoncé -o viceversa- sin duda probaría a mirar el mundo alucinado desde esas alturas, desde ese grado de afectación y quizá de inconsciente soberbia.
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