El diablo está en los detalles y, a menudo, también la verdad radica en ellos. Conoces a alguien, todo parece ir bien, no vislumbras nada que os acerque demasiado, pero tampoco que os separe irremediablemente. Hasta que de repente descubres, por ejemplo, que le encanta Gala. Cuesta mucho crear se una reputación, construir una imagen, en sentido propio y figurado, pero basta un borrón, una salida equivocada, un detalle de mal gusto para estropearla. A veces, es precisamente el detalle que desentona lo que da gracia o da profundidad a una creación artística. Basta un ruido extraño en la tibia paz doméstica para provocar un atisbo de terror. En algunos cuadros hiperrealistas todo parece denotar paz, armonía y sosiego bucólico. Una mujer sentada en medio del paisaje dibuja una figura pensativa, serena, una especie de moderna deidad campestre. Hasta que miras con atención y descubres que la mano con la que se apoya en el suelo es una garra. Y es que los detalles son como los lapsus, abren ventanas que permiten contemplar mundo más profundos en los que las cosas son lo que que de verdad son, más que lo que pretender ser. Quizá por eso observar sin ser visto resulta tan revelador.
La importancia de los detalles en pocos sitios resulta tan evidente como en las imágenes publicitarias. En los recientes anuncios que tienen a de Niro como protagonista se intenta asociar su imagen, focalizada en su cara y su mano sujetando un vaso de güisqui, las dos cosas en blanco y negro, con un ideal platónico de carácter, del que el actor seria una encarnación afortunada. Todo parece potenciar la idea de carácter como una emanación de una personalidad auténtica, no demasiado relamida (véase la barba de un día y medio, el pelo sin teñir, algo cada vez menos frecuente en personajes que viven cara al público), pero tampoco excesivamente agreste (véase el atuendo medio chic y el estudiado peinado). Todo muy logrado hasta que te fijas en las uñas, en particular la del dedo índice, imposible en el mundo real por su forma, fruto probablemente de un tratamiento equivocado de la imagen. y entonces, de repente, como el día en que los reyes magos dejaron de ser las dos cosas, el presunto carácter que no se regala revela su verdadero carácter, el del montaje comercial destinado a embaucarnos, a seducirnos, dicho sea en términos más halagüeños.
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