lunes, 20 de junio de 2016

La hora del pis




A la hora del pis, me siento un torpe animal prehistórico renacido, pero castigado, mandado a hacer molestos recados en pago a su vuelta a la vida. Durante los días más vulgares siempre tuve momentos señalados, la hora de comer, la de levantarse, pero siempre me vienen a la cabeza son las cinco de la tarde, no las lorquianas, sino las de V. Hugo,  l'heure tranquille où les lions vont boire.

A la vida vuelvo todas las noches tras tres o cuatro horas de sueño y el precio es levantarme a oscuras a hacer pis. A veces, todavía me rebelo contra las ganas, pataleo con cuidado para no despertarte, o hago la estatua, a ver si se pasa esa estúpida servidumbre. A tientas, paso por caja y allí sentado pienso un ratito en lo que queda de noche, en cómo irá, si seguir vivo o volver a morirme. Tanta cabilación  se convierte en estar estúpidamente vivo a deshora. Vuelvo a la cama con las manos por delante, para no chocar, pero choco con tus hermosos muebles heredados, patas reina Ana, cruje el somier y a mí, un dinosaurio suspendido por tirantes de acero en un museo, me bastaría ser sólo de hueso con tal de flotar,  una marioneta dueña de sí misma. Todo con tal de no despertarte.

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