A la hora del pis, me siento un
torpe animal prehistórico renacido, pero castigado, mandado a hacer molestos
recados en pago a su vuelta a la vida. Durante los días más vulgares siempre tuve
momentos señalados, la hora de comer, la de levantarse, pero siempre me vienen
a la cabeza son las cinco de la tarde, no las lorquianas, sino las de V. Hugo, l'heure tranquille où les lions vont boire.
A la vida vuelvo todas las noches tras tres o cuatro horas
de sueño y el precio es levantarme a oscuras a hacer pis. A veces, todavía me rebelo
contra las ganas, pataleo con cuidado para no despertarte, o hago la estatua, a
ver si se pasa esa estúpida servidumbre. A tientas, paso por caja y allí
sentado pienso un ratito en lo que queda de noche, en cómo irá, si seguir vivo
o volver a morirme. Tanta cabilación se
convierte en estar estúpidamente vivo a deshora. Vuelvo a la cama con las manos
por delante, para no chocar, pero choco con tus hermosos muebles heredados,
patas reina Ana, cruje el somier y a mí, un dinosaurio suspendido por tirantes
de acero en un museo, me bastaría ser sólo de hueso con tal de flotar, una marioneta dueña de sí misma. Todo con tal
de no despertarte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario