“Si en Milán cuando hay niebla no se ve, ¿cómo hacen los milaneses para ver si hay niebla?” (Totò)
Hay mantos que, en lugar de esconder las cosas, descubren aspectos ocultos en ellas a la luz del sol. Así, la niebla de Venecia reabre un fondo de tristeza, un pozo de paredes inciertas sin decorar. Al instante, reflejo de supervivencia, te precipitas a sellarlo. Late, sin embargo, bajo todo, cada día, cada paso; allí donde parece estar menos vivo, sigue dando sentido, resume, formula, aquilata la experiencia. Si te diviertes es porque huyes, si eres irónico, es porque te empapa una viscosa fuga freática. No es quizá un sumidero, sólo mierda y dudas heredadas. También, el deber como un poderoso afluente se mezcla al cauce. Otra parte de la herencia recibida.
La niebla descubre, pero al tiempo revela la ceguera, los días pasados echando paletadas de palabras y gestos, puñados de pepitas, mezcla de plata, de guano, matarratas y seda. No se puede vivir ahí, pero la triste, revelada o no por la niebla, nunca cierra los ojos.
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