Advierte que sus cabellos le caen por el cuello sin aliño y se dice: “¿Y si se los peinara?” Ve sus ojos que resplandecen como ascuas y semejantes a estrellas, ve su boca, que no basta con ver, se extasía con sus dedos y manos, con sus brazos y con sus antebrazos desnudos en más de la mitad; y las partes ocultas las supone mejores aún. Pero ella huye más veloz que la brisa ligera, y no se detiene a estas palabras con que él la llama: "Ninfa, por favor, Peneide, detente; no soy un enemigo que te persigo; detente, ninfa". Así huye la cordera del lobo, así la cierva del león, así las palomas, con las alas revoloteando, del águila; cada una de sus enemigos; el amor es el motivo que tengo para seguirte. ¡Desgraciado de mí! No vayas a caerte de bruces, no vayan las zarzas a señalar tus piernas que no merecen ser heridas, y no vaya yo a ser causante de tu dolor. Son fragosos los pasajes por donde te precipitas; no corras tanto, yo te lo pido, y modera tu huida; también yo te seguiré más despacio. Pero entérate de a quién gustas; no es un habitante del monte, no soy un pastor, no un ser repelente que guarde aquí vacas o rebaños de ovejas. No sabes temeraria de quién huyes, y por eso huyes. A mí me obedecen como esclavas la tierra de Delfos y Claros y Ténedos y la residencia real de Pátara…Infalible es mi flecha, pero hay una que lo es aún más que la mía, y que ha causado una herida en mi corazón antes intacto…
Aún iba a seguir hablando cuando la Penea huyó a la carrera, despavorida, y al abandonarlo dejándolo con la palabra en la boca, aun entonces le pareció agraciada; el viento le descubría las formas, las brisas que se le enfrentaban agitaban sus ropas al choque, y un aura suave le empujaba hacia atrás los cabellos; con la huida aumentaba su belleza. Pero el joven dios no puede soportar por más tiempo dirigirle en vano palabras acariciantes, y, obedeciendo a los consejos de su mismo amor, sigue sus huellas en carrera desenfrenada.(...). Sin embargo el perseguidor, ayudado por las alas del amor, es más rápido, se niega el descanso, acosa la espalda de la fugitiva y echa su aliento sobre los cabellos de ella que le ondean sobre el cuello. Agotadas sus fuerzas, palideció; vencida por la fatiga de tan acelerada huida, mira a las aguas del Peneo y dice: "Socórreme, padre; si los ríos tenéis un poder divino, destruye, cambiándola, esta figura por la que he gustado en demasía". Apenas acabó su plegaria cuando un pesado entorpecimiento se apodera de sus miembros; sus suaves formas van siendo envueltas por una delgada corteza, sus cabellos crecen transformándose en hojas, en ramas sus brazos; sus pies un momento antes tan veloces quedan inmovilizados en raíces fijas; una arbórea copa posee el lugar de su cabeza; su esplendente belleza es lo único que de ella queda. Aun así sigue Febo amándola, y apoyando su mano en el tronco percibe cómo tiembla aún su pecho por debajo de la corteza reciente; y estrechando en sus brazos las ramas, como si aun fueran miembros, besa la madera; pero la madera huye de sus besos. Y el dios le habla así: "Está bien, puesto que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás mi árbol…".
Ovidio, Metamorfosis, Biblioteca Gredos, 2008, p. 23-25. Trad. Antonio Ruiz Elvira, decano de la facultad en la que estudié y a quien, seguramente con algo de injusticia, intentamos dar tanto la lata.
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