Cuando pensamos en nosotros mismos a través de nuestro nombre nos ponemos en la fila de los miles de millones de personas que han existido en el mundo y que han cumplido desigualmente con su obligación como miembros de la especie humana, con su trabajo y con sus compromisos personales. En ese escenario solemos estar medianamente bien vestidos y en algún lugar se encuentran las sombras de las decenas de cosas a las que estamos atados, familia, comunidad de vecinos, banco, seguridad social, empresa. Cuando prescindimos de nuestro nombre y dejamos de llamarnos a nosotros mismos con una voz igual a la que usan los otros para que atendamos en clase, aparece a veces nuestro yo desnudo, ese que entronca con la fuerza primaria de la vida, anterior al bautismo, a la biografía social, a nuestros roles, joven, padre, jubilado, indignado, hombre o mujer.
Creo que eso es a lo que se refiere Coetzee en una de las cartas a P. Auster que hacen parte de Aquí y ahora. Cartas, 2008-2013 (Trad. Benito Gómez y Javier Calvo, Anagrama y Mondadori, 2012). Cuenta el premio nobel que cuando piensa en cómo ha llegado a estar donde está (en una pequeña ciudad australiana), y en los distintos accidentes de su vida, “incluyendo el accidente de mi nacimiento”, le resulta muy fácil imaginar un mundo “en el que ese tal John Maxwell Coetzee, nacido el 9 de febrero de 1944, no estuviera presente ni lo hubiera estado nunca, o bien hubiera tenido una vida completamente distinta, tal vez incluso una vida no humana” (p. 221). Acto seguido, le ocurre, sin embargo, a ese mismo premio nobel justo lo contrario: “…sin embargo, un momento más tarde se me ocurrió que era imposible contemplar un mundo en el que yo no estuviera presente y no lo hubiera estado nunca” (p. 221). La conclusión es que aquel que responde por nuestro nombre no es precisamente el mismo que el que aparece cuando decimos yo: “Volví a intentar el truco, planteándome primero una cosa (el mundo sin JMC) y luego la otra (el mundo sin mí) y volvió a pasar lo mismo. Lo primero era fácil de imaginar y lo segundo imposible…Da la impresión de que la conclusión lógica y simple sería que la ecuación “yo = JMC” es falsa. Y, ciertamente, la intuición apoya apoya esta conclusión. Me imagino que a ti también te resulta falsa la ecuación “yo = PA” (p. 221).
Yo creo que la ecuación resulta especialmente falsa según uno va descubriendo las imposturas de la vida y va entendiendo hasta qué punto debe cuidar su propio jardín, aunque lo comparta generosamente. Quizá, en el caso de los políticos, qua parecen empeñados en que podamos generalizar sobre su mal comportamiento, la ecuación sea cierta o por lo menos eso es lo que a veces pienso que tratan de aparentar. El distanciamiento con el común de la gente proviene un poco de ahí. Los demás aceptamos un grado de falsedad, de incertidumbre, de apariencia, mayor, sabemos que tenemos el armario lleno de máscaras, pero que debajo está ese yo, único, pero extrañamente parecido al de los demás (nosotros); ellos, los políticos, al menos como ficción de si mismos que intentan transmitir, juegan a hacernos pensar que nunca se quitan el traje y que, como decía Álvarez Cascos hace poco en el juicio por el Prestige , son ministros las veinticuatro horas del día, aunque, valga el ripio, se vayan de cacería. Así es que quizá, por seguir en el ámbito del gobierno “G = yo” o “JMS = yo”, aunque no creo que “FB = yo”, faltaría más.
Una de las manifestaciones clásicas de esa entidad que responde al nombre, que acepta (¿traga?) lo que haga falta con tal de construirse una biografía, una familia, un chalet o lo que pueda, es la tarjeta de visita. En ella, de hecho, aparecemos con nombre y apellidos. Figura, a menudo, nuestro teléfono, cargo, dirección, etc…todo menos yo. Cuantas más tarjetas usa uno en la vida más probable es que esté alejado de sí mismo y que pueda imaginar el mundo sin cualquier otra persona dotada también de nombre y apellidos, porque, puestos a elegir, es más fácil imaginar el mundo sin los otros antes que sin uno mismo. Yo creo que hasta el nobel JMC cedería el paso para que desaparecieran otros primero.
Pillo por casualidad una recopilación de fotos de tarjetas de visita de personajes conocidos, importantes algunos en distintos ámbitos, y me queda la sensación de que me hubiera gustado hablar con ellos con la botella medio vacía, los ceniceros sucios, desnudos, en sentido figurado, de cintura para abajo (JGdeB), mucho más que saber quiénes son para la historia Einstein, Lincoln, Asimov, Houdini, Freud, W. Carlos W., A Warhol, E. Rusha, N. A. Armstrong, F. Castro, Steve Martin, Lady Gaga o, incluso, Obama. Claro que a otros les pasará lo mismo con W. Disney, Schwarzenerger, , Chuck Norris, M Zuckerber, Steven Jobs, W. H. Gates.
Por cierto, resulta conmovedor el intento de algunos (Warhol, Martin, Armstrong) de desmentir la ecuación de Coetzee intentando poner una pizca de yo en juego. La firma quizá sea eso, un difícil compromiso entre dos instancias que estamos destinados a hacer convivir.
JB y un poco de yo
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