…como una ola,/de espuma blanca/ y rumor de caracolas/como una ola…/Fui tan feliz en tus brazos/ fui tan feliz en tu puerto (J.L. Armenteros-P. Herrero).Montar una ola, desde que la ves venir, dudas, decides que vale la pena, vas a por ella, te colocas y notas cada vez con mayor seguridad que es buena, que va a romper como debe, que te vas a largar hasta la orilla con ella… montar una ola es una dicha suprema y en mi tiene el recuerdo de las playas de Villahormes, donde con mi amigo Benito, sobre una colchoneta hinchable, hacíamos un body surf rudimentario...hasta que, como el amor a Rocío Jurado , se nos rompió de tanto usarla, se nos quedó en las manos un buen día. El roce con la arena de la orilla, sobre la que acabábamos encallando con las mejores olas, las que nos llevaban hasta el final, hasta donde no quedaba agua, fue desgastándola y de repente de desinfló, como un perro que, de la noche a la mañana, deja de correr. Fue el final de la infancia tardía o de la primera adolescencia, no sé, pero fue el final, desde luego, del paraíso.
En ese mismo paraíso, ajeno al exterior, es donde vive el surfista Garret Mcnamara , la figura que en el centro de la foto va dejando una estela luminosa. Dicen los realistas que la ola tenía 27 metros de alto, otros la suben hasta los 30 y ya quieren que figure en los libros de records, con ese afán de numerizarlo todo, de codificar el placer hasta convertirlo en deporte, en publicidad. Lo cierto es que en las costas de Nazaré en la Estremadura portuguesa, Adán ensimismado se deslizó sin parar mientes en que al final de la ola se acababa el paraíso, aunque quedaba el recuerdo, la emoción ligada al recuerdo, que es la que tarde o temprano lo falsifica, pero lo mantiene vivo en el reino de este mundo.
Playa de la Huelga (Villahormes) (Fuente de la foto)
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