Los videos, powerpoint, fotos, enlaces, entradas de blog y demás ralea de la que disfrutamos los adictos a internet y a las redes sociales pertenecen a la misma gama de goces tibiamente estéticos que esas experiencia que a los friquis televisivos les ponen la piel como escarpias, según tan repetida como vulgar expresión, mejor en cualquier caso que esa otra según la cual algo hace erizar el vello. El conjunto de experiencias que como espectador ofrece el mundo digital retrata a un individuo, vulgar o selecto, integrado o indignado, de izquierdas o de Marujita, que lleva una existencia vicaria, desordenada, tópica, hija de la era del placer licuado y breve, mera pequeña compensación de una vida insuficiente, la misma que busca en las vacaciones la negación del trabajo o en la desnudez del campo la recuperación de lo que nunca existió, el paraíso. Si sentirnos bien dos o tres veces al día con emails que piden firmas, enlaces que revelan injusticias a miles de quilómetros, pueriles reivindicaciones ridículamente sesentayochescas, amén de información sobre tradiciones orientales o pirenaicas, fiestas paganas, ritos olvidados sobre solo que solo sabemos lo que nos interesa, si esa tierra prometida digital no fuera sino un síntoma camuflado de la infelicidad, entonces podríamos articular un discurso crítico, ajeno a las monadas, las pieles de gallina, o los chistes sobre la policía, señal de estéril conciencia o sensibilidad más que proyecto renovador, momentánea salida del campo de trabajo en el que estamos. Pero no, lo que nos divierte confirma nuestra esclavitud, es un complemento del sistema más que una negación, como el rato del bocata, el cuarto de hora de recreo que nos dejan para cotillear en vez de confabularnos. Sí, las zarandajas digitales, pequeñas pausas para hacer soportable la rutina y que algunos usan para reivindicar retóricamente una vida mejor, también obedecen al orden establecido, que sabe que permitir una espita controlada, una salida del vapor ardiente, es la mejor manera de que no explote todo. Creo que, en el fondo, también nosotros lo sabemos, y por eso de vez en nos tiembla el pulso cuando caemos en la cuenta de la insuficiencia de motivos para encender el ordenador.
Dicho lo dicho, tras el desahogo, me someto de nuevo al mismo runrún de casi todos los días. He aquí un video tiernamente animal que han visto más de doscientos mil individuos. La cantidad de pelos de gallina de gallina que habrá provocado esta mamá o papá perro es casi infinita:
Por cierto, en lugar de tratarse de un salvamento in extremis, según leo en algunos medios, la escena parece más bien una sensata lección sobre la necesidad de evitar los riesgos. Moraleja: si tú no sabes alejarte del peligro, lo tendré que hacer yo por ti, pero entonces te voy a llevar tan lejos de él que ni siquiera lo vas a poder ver. Ver, porque evitar que lo huelas no va resultar tan fácil.
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