miércoles, 5 de abril de 2017

¡Boicotea tú, que yo te me quiero cocalocamente!. Espinar, predicar con el mal ejemplo.



Son las frases adversativas restrictivas aquellas en las que el verbo dependiente expresa un obstáculo, impedimento u objeción insuficiente para que se realice la acción postulada por el verbo principal. Un ejemplo podría ser aunque puedo, no quiero. Resultan muy frecuentes estas frases, porque el ser humano es radicalmente adversativo. A causa de su conciencia y sus instintos, está condenado  a buscar la satisfacción superando obstáculos que no puede dejar de nombrar, ya sea para hacerse digno de encomio, ya sea para quejarse del peso de una fastidiosa realidad a la que a menudo debe sobreponerse.

La publicidad está llena de anuncios adversativos. Pertenece a ese subgénero todos los anuncios que intentan atraer al consumo de bienes de gama superior a la capacidad adquisitiva del sector de público al que dirigen. El apotegma paradigmático del subgénero podría ser el eslogan de una campaña, creo que de El Corte Inglés, que rezaba hasta la saciedad Te lo mereces, te lo mereces, te lo meceres, no muy distinta de esa otra que reza Quiéreteme, quiéreteme, quiéreteme. Se trata de invitar al consumidor a asumir que el objeto vale la pena, porque, aunque suponga un esfuerzo pecuniario, su compra está justificada. Sí,  la acción postulada por el verbo principal de nuestra civilización, a saber, tener (tener para ser), merece que se superen los peros gracias a las perras y a través de lo adquirido se adquiera el estatus deseado.

En el caso de Espinar, su actitud con respecto al consumo de Coca-Cola, no muy distinta de la que mantuvo en el asunto de la plusvalía(1) obtenida gracias a la venta de su vivienda de protección oficial, podría resumirse en el siguiente eslogan: Aunque promuevo un boicot al consumo, me lo desaplico doblemente a la hora de comer, porque me lo merezco: ¡Boicotea tú, que yo te me quiero cocacolamente!

Sabían los grandes pedagogos que la humanidad ha tenido que sólo con la acción se predica eficazmente. Barthes concretó la idea en ámbito literario: "No hay literatura sin una moral de la forma". Quizá el rasgo que unifique a las figuras de los pocos que reconocemos como grandes personajes es la coherencia radical entre los planteamientos y la acción, el esfuerzo en ser ellos los primeros en dar ejemplo con sus actos. Incluso la credibilidad de los mitos negativos, desde los genios del mal como Hitler o Stalin hasta brujos democráticos como Berlusconi, se basa en esa misma aparente coherencia, en ese caso negativa. Genio y figura hasta la sepultura. El puritanismo que se atribuye a la política americana y que ha truncado tantas prometedoras carreras, probablemente haya que leerlo en esos términos, no sólo como mero fruto de un apego melindroso por las apariencias.

Yo tiendo a ser tolerante, pero me resulta difícil serlo con quien con escasa castidad predica la exigencia no sólo de estricta legalidad, sino también de estricta moralidad, la cual incluye las cuestiones de estilo. Espinar, con esos dos cascos llenos de la bebida de cuyo consumo predica el boicoteo quizá haya hecho un favor a la compañía, pues viene a decirnos que se puede rogar a los dioses de la revolución y dar tragos azucarados. Vaya, que ha hecho un buen anuncio publicitario de subgénero adversativo, predico, pero tengo una debilidad, ay, qué calamidad, mi vida es un disgusto...

No ya Marx, sino el pobre Kant pasaría una mala noche en su tumba si entreabriera un ojillo y, a pesar de no llevar gafas, entreviera la escena, tan poco acorde con su imperativo. Envase grande, dos, con la comida, en público, qué mal gusto, qué poco estilo, que desagradable minucia, que bendito detalle, por otro lado, que diría Nabokov...
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(1) El diccionario de la Real Academia Española (RAE) se refiere con regusto marxista a la plusvalía como aumento del valor de un bien por motivos extrínsecos a él. 





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